Un fantasma recorre Europa: En todas partes, cual hongos, son construidas nuevas fronteras y esto de la noche a la mañana. Nuevas fronteras destinadas a detener el ingreso de refugiados, fronteras para evitar que “la miseria del mundo” ingrese en nuestros países, como claman los más aterrados o ideologizados.

Nuevas barreras emergen en las fronteras entre países como Macedonia y Grecia, entre Hungría y Eslovenia, entre Croacia y Austria, entre Francia y el Reino Unido (aunque para ser correctos hay que reconocer que estas son más viejas), entre Dinamarca y Suecia. Junto con esta nueva proliferación de barreras muere el sueño de Schengen. Las consecuencias de estas medidas afectan en primer lugar a los refugiados, pero su impacto es mucho más complejo. Las filas de camiones en los confines se alargan, los costos del transportes entre países miembros aumentan, los inventarios de los depósitos tienen que ser inflados y las tasas de crecimiento de los productos brutos caen. Y con ello, comienza a verse amenazado toda la arquitectura erigida para garantizar las cuatro libertades del mercado interno de la Unión Europea, en primer lugar, la libre circulación de los ciudadanos europeos. Como previno Jean Claude Juncker, “quien destruye Schengen, prepara la tumba del Mercado Interno”.

Orban, el Primer Ministro de Hungría, el primero que, bajo la mirada atónica y crítica de sus pares, comenzó a dedicarse a esta carrera desesperada por cerrar los bordes de su país, hace rato que dejó de ser considerado como un dirigente irresponsable y desquiciado, que violaba la legislación comunitaria y que ponía en peligro el futuro de la Unión Europea. Entretanto, una larga lista de jefes de gobierno y estado de EU, siguieron su ejemplo. Algunos de sus imitadores, en vez de alambre de púa recurrieron a tinglados de alambre sin pinches. Sin duda, son más elegante que los rollos de alambre de púa, sobre todo, cuando son mostrados por la televisión. Tienen una apariencia un poco más humana. Ello no impide que entretanto los rumores se hacen cada vez más poderosos: expulsión de Grecia de Schengen, suspensión de Schengen por dos años. Y la líder del partido de extrema derecha alemana AFD, exige la autorización para los policías fronterizos, a que se les otorgue la autorización para disparar contra los refugiados que intenten violar los bordes.

En las últimas décadas, las fronteras nacionales de las naciones modernas y avanzadas han ido perdiendo el rol progresivo que tenían cuando brindaban el espacio más favorable para el nacimiento de la democracia, el estado social, la solidaridad y las identidades nacionales. En el contexto actual, caracterizado por la globalización, el multipolarismo, internet, la transnacionalización de las grandes corporaciones, de las finanzas, de la explosión del comercio internacional, la soberanía, al menos en el caso de los países de dimensiones europeas medias, solo puede ejercerse en forma plena si el país en cuestión se presenta en el contexto internacional como parte de un conglomerado integrado capaz de actuar de manera mancomunada. La opción de aislarse y rodearse de una muralla china no es una opción, pues en el mediano y largo plazo, significa privar a su población de la modernidad, de un progreso sustentable, de la diversidad, del intercambio con las sociedades más dinámicas y avanzadas. No es solo un problema de permeabilidad o impermeabilidad de las fronteras. Es un tema mucha más complejo y profundo, que tiene que ver con la diversidad y la vitalidad de una sociedad, e incluso de su calidad democrática y de la capacidad de una sociedad de irse adaptando a los cambios globales.

El endiosamiento de las fronteras nacionales y la nostalgia de las fronteras de antes de Schengen deriva de la incapacidad de la Unión Europea de avanzar en la construcción de una democracia multinacional que funcione. Es el resultado de la persistente rigidez de la UE (como lo evidencia el pacto de estabilidad, la política de ajuste llevada adelante a raja tablas y el funcionamiento opaco de instancias decisionales tan importantes como el Eurogrupo), que impide una verdadera articulación de los derechos de la incipiente ciudadanía.

Que la UE aparece a los ojos de sus ciudadanos como un coloso insensible, tiene sus raíces, entre otros aspectos, en que cada vez que el coloso se mueve, generalmente lo hace tarde y en una dirección opuesta a los intereses inmediatos de la gente. De allí que sea más urgente que nunca pensar y adoptar los instrumentos y las medidas indispensables para flexibilizar y reforzar los mecanismos de decisión comunitarios. Y con ello progresar en la adopción de dispositivos que permitan una mejor articulación de la voluntad ciudadana y de las soberanías nacionales. Solo si logramos hacer frente a este desafío, podremos responder positivamente al dilema del “déficit democrático” y avanzar en la construcción de una soberanía común, con el efecto de reforzar la ciudadanía europea.

Ningún grupo de países del mundo ha logrado dar vida a un modelo de integración regional igual de ambicioso y visionario que la UE. La UE constituye el ejemplo más estimulante y al mismo tiempo más desesperante de integración regional. Cada vez que emerge un nuevo problema, más al desnudo quedan las insuficiencias y la orientación política y económicamente unilateral de la UE para afrontarlo. Los ejemplos que demuestran esto sobran. Basta pensar en la crisis financiera y económica, la evasión fiscal, la cuestión ambiental, la crisis de los refugiados o el terrorismo. Una y otra vez se pone en evidencia que la UE no se ha dotado de los instrumentos y de las instituciones que la situación reclama ni constituye un espacio permeable a la diversidad de opinión política de la incipiente ciudadanía europea.

Para hacer frente a la crisis bancaria y financiera, fue necesario improvisar y crear entre gallos y medianoche, nuevos fondos, reglamentos e instituciones de control para enfrentarla en forma coordinada. La crisis de los refugiados ha llevado a que la Unión se lanzase a una fuga hacia adelante recurriendo a un voto (cosa por completo inédita y no muy recomendable en un terreno tan sensible) para establecer contingentes de distribución completamente insuficientes entre los estados pertenecientes a Schengen. Esto, luego de decenios de practicar la política del avestruz y de negarse a definir una política de inmigración y de asilo basada en principios y un cierto grado de solidaridad compartido por todos. El indicador más terrible de esta falta de previsión y de esta indiferencia es la conversión del Mediterráneo en un gran cementerio de refugiados náufragos. Otro ejemplo es la falta de cooperación entre las fuerzas policiales y los órganos de seguridad cuando se trata de combatir el terrorismo. Los atentados terroristas más recientes son una prueba flagrante de que los pasos dados hasta ahora son insuficientes. Europol está lejos de poder asumir su rol. La misma deficiencia vale para otras áreas. Basta pensar en la fiscalidad, la política social, la política energética, el transporte, el ambiente, etc.

El resultado es que surgen y se fortalecen las tendencias políticas chauvinistas, cuyo lema primero es la defensa de la soberanía nacional, como si la misma se hallara amenazada, con la consecuencia que más y más gobiernos se dedican al nuevo y arcaico deporte de construir alambrados, barricadas y barreras y a adoptar medidas autoritarias para implementar esta política. Como lo muestran fehacientemente Hungría Y Polonia, este repliegue nacionalista en no pocos casos es acompañado de una tentación autoritaria. La vuelta de tuerca nacionalista y chauvinista no solo debilita las democracias nacionales, sino que debilita la capacidad de los ciudadanos de influir sobre la situación global. De la mano de este renacimiento del nacionalismo y el chauvinismo, se popularizan tipos de democracia controlada inspiradas en el ejemplo de Putin y otros. Sin importarles que esta fragmentación fragiliza la acción mancomunada. El resultado es una UE más débil y menos influente a nivel global y en particular frente a los países vecinos de los cuales los países miembros dependen. Simplemente porque el repliegue chauvinista solo conduce a debilitar los estados nacionales aún más de lo que ya lo están. Refugiarse detrás de sus fronteras nacionales, como los caracoles dentro de sus caparazones, reduce el margen de acción de los países europeos. En un mundo en el que los países europeos, tienen un peso y un protagonismo relativo cada vez menor, solo la pertenencia a la UE abre nuevas opciones ensanchando las posibilidades.

La idea de que los nuevos muros, alambrados y barreras, o la salida de la UE, permitiría al país en cuestión tener una independencia mayor, una soberanía más robusta, a garantizar su identidad nacional, es una ficción. Del mismo modo que es una fantasía endiosar la libertad de Robinson Crusoe, solo en su isla. La supuesta libertad de una nación que se declara a sí misma una isla– sobre todo si no es de dimensiones continentales como los Estados Unidos, Rusia, Brasil o China- en el mundo de nuestros días es una quimera.

En el contexto actual, dominado por la globalización, con sus ávidos bancos y fondos financieros a la búsqueda de la ganancia rápida y fácil, con sus corporaciones multinacionales que extienden sus tentáculos por doquier, con los problemas geopolíticos que condicionan la vida hasta del país más insignificante, con el calentamiento atmosférico, que solo puede ser resuelto colectivamente, con la delincuencia organizada a escala internacional, en un mundo multipolar, caracterizado por una comunidad internacional fragmentada y dominada por un puñado de grandes potencias, con la creciente escasez de materias primas, el aumento de los refugiados y tantos otros aspectos, que determinan la agenda de la comunidad internacional, creer que la solución pasa por esconderse detrás de sus propias fronteras, encerrarse en sus cuatro paredes, es un gran equívoco, una ilusión. Una fantasía que solo puede conducir al resultado opuesto.

¿Es que alguien puede sostener que Hungría es más fuerte, más independiente hoy, con su democracia que semeja un búnker de gruesos muros, donde se ha castrado la libertad de prensa, que se rodeó de alambres de púas por los cuatro costados, donde corren vientos nacionalistas extremos, que la Hungría libertaria de la época de la caída del Muro de Berlín? ¿Es que la Polonia del partido católico conservador y xenófobo Ley y Orden, la Polonia que se avergüenza de su pertenencia a la UE y que esconde las banderas con sus estrellas, que se aferra temerosa a su homogeneidad étnica y religiosa, que da la espalda a la cultura abierta y vital que surgió con la revuelta obrera de los años 80, es acaso una Polonia más prometedora que la Polonia dinámica y abierta al mundo, ansiosa de modernidad, de hace un par de décadas atrás?¿Es que acaso la Polonia de Kaczynski de hoy, que busca el aislamiento y desconectarse de la UE, es más segura, más resiliente, frente al oso ruso con sus rugidos y zarpazos, que hacen temblar la región?

¿Es que Francia va a poder hacer frente a los enormes problemas con los que se debate a causa de una política económica que llevó a la degradación de su industria, que no se adaptó a tiempo a los nuevos desafíos, que sigue aferrada a esquemas energéticos del siglo pasado y a modelos económicos productivistas superados, solo porque como promete Marina Le Pen, de pronto vaya a poder rodearse de muros contra la inmigración y recurrir a la devaluación competitiva, para vender por un tiempo sus productos a precios más reducidos? ¿Es que Grecia se hallaría en una situación mejor si hubiera abandonado el Euro y salido de la UE, para navegar a vista, sola, en las turbulentas aguas del Mediterráneo, encrucijada de intereses geopolíticos que la superan? ¿Es que realmente alguien puede pensar que hoy sería un país más libre, más independiente, más autónomo? ¿Qué gozaría de una soberanía cualitativamente superior?

¿Sino como se explica que los países de América Latina, del Sud Este asiático, de África, pongan tanto empeño por seguir las huellas de la UE para crear organismos supranacionales, construir nuevos conglomerados regionales, donde puedan aunar sus fuerzas, y hacer valer sus intereses frente a los grandes actores internacionales? Es cierto que detrás de estas tendencias centrípetas, no todo lo que brilla es oro. A menudo las fuerzas más entusiastas de una cooperación más estrecha son las grandes corporaciones, simplemente a causa de las ventajas que la integración de los mercados significan para ellas, con sus economías de escala, la posibilidad de introducir una división del trabajo más eficiente, alcanzar una mayor optimización fiscal y un acceso irrestricto a mercados más extensos, solo para nombrar algunos de los aspectos de los que se benefician.

Pero no nos confundamos. En todos estos proyectos de integración regional, las organizaciones sociales y políticas más diversas pugnan por ir más allá de una simple zona de libre cambio. La ciudadanía, los jóvenes, a través de las ONGs, las Universidades y la investigación, las organizaciones culturales, los partidos políticos, empujan para que la integración no solo permita la libre circulación del capital, las mercancías, los servicios y los trabajadores, sino que tenga una dimensión política. En la mayoría de los casos, inspirados en el ejemplo de la UE, vemos que crecen las presiones para que estos nuevos conglomerados se basen en reglas democráticas y no solo en una expertocracia, que desarrollen instituciones de gobierno o gobernanza común. En todos estos experimentos surge la presión a fin que la incipiente democracia transnacional, de una mayor expresión a la voluntad ciudadana.

La política de cerrar los bordes, tal como lo reclaman los partidos soberanistas de derecha extrema y xenófobos y e incluso algunos de los grupos de izquierda ultraísta, que sueñan con nuevas fronteras para preservar la homogeneidad étnica, lingüística, religiosa, cultural, lleva a los países miembros a un creciente aislamiento, a ignorar la riqueza que implica la convivencia en la diversidad, con la consecuencia que antes o después, su comercio exterior se estanque (más allá del aire fresco que por corto tiempo puede permitir, como ya mencionamos, una devaluación de la moneda). Con la consecuencia que sus intercambios científicos con el tiempo amenacen reducirse, que su juventud ya no pueda viajar con la misma facilidad ni conocer experiencias ajenas como antes, intercambiando con personas de otros horizontes, que su cultura se marchite y se vuelva pueblerina.
La argumentación de los chauvinistas nacionalistas que consideran las fronteras nacionales de viejo cuño como la solución a todos los problemas, que creen que las fronteras tienen algo de sacrosanto y las endiosan, son inconsistentes o peligrosos. Ni una nueva Línea Maginót, ni un renovado Muro de Berlín, ni las barreras más sofisticadas serán capaces de ofrecer la protección contra todos los males, como nos anuncian los tenores de la derecha extrema. El desmantelamiento de la UE por una nueva ola de nacionalismos solo puede agravar los problemas. Basta pensar en los fantasmas del pasado que aún siguen dormidos debajo de las piedras y que no esperan más que una oportunidad para volver a mostrarse.

No es cierto que la adopción de Schengen y la supresión de las fronteras internas dejaron a la UE y sus países miembros más indefensos frente al terrorismo, a la criminalidad organizada, de lo que estaban antes de su introducción. Las fronteras nacionales de viejo cuño tampoco impidieron que tuvieran lugar los atentados que hicieron temblar distintos países europeos durante los años 60 y 70 del siglo pasado. Ni ETA, ni las Brigate Rose, ni la Raf, ni la mafia, se inclinó o fue derrotado por los confines de antes de Schengen.

Achacar a Schengen y a los acuerdos de Dublín la responsabilidad de la ola inmigratoria actual es una visión miope y solo crea confusión. Resulta ilustrativo recordar los grandes flujos de refugiados de hace treinta o cuarenta años, antes de que Schengen viese la luz, para ver que las fronteras nacionales estaban lejos de brindar un muro de contención impermeable (basta pensar a título de ejemplo entre otras muchas, en la ola de refugiados maghrebinos, el importante flujo de refugiados e inmigrantes proveniente de América Latina que se radicó en España o la fuerte ola de refugiados de los países balcánicos en los años 90, para no hablar de la intensa inmigración que cambio de color las calles del Reino Unido durante las décadas de los años setenta y ochenta ). No, las fronteras nacionales de entonces tampoco lograban detener los refugiados, ni permitían regular de un modo más coordinado el flujo cuantitativo de inmigrantes (aunque el trato otorgado en ciertos casos fuese más humanitario) que en las fronteras actuales.

Por ello lo que se necesita es profundizar la integración europea, liberarla de su gestión económica de inspiración neoliberal, despojarla de las cadenas de sus crecientes chauvinismos nacionales, democratizarla y convertirla en un trampolín para lanzar la transición ecológica y social necesaria. Y al mismo tiempo, lograr que su presencia en el plano internacional adquiera mayor peso para participar en la solución de los conflictos que generan las olas de refugiados actuales y transformarla en un marco de acompañamiento para la transición ecológica y participativa en curso. Solo así podrá reconstruirse el fundamento solidario en el que la Unión Europea se basa.

Obvio, nadie puede asegurar que este proyecto pueda ser llevado a cabo de forma exitosa. La política en tanto que arte de lo posible no garantiza el suceso. Pero frente a la alternativa, de ver renacer el nacionalismo, el chauvinismo y el autoritarismo en Europa, la UE con todas sus fallas, sigue siendo la alternativa más atractiva. El sueño europeo basado en la unión y la diversidad sigue siendo la promesa más prometedora tanto para la generación actual como para las futuras.