¿Cómo será recordada nuestra civilización? David Farrier se hizo esa pregunta para reflexionar sobre cómo pasaremos a la historia y acabó encontrando una nueva mirada al mundo. Este profesor de literatura inglesa en la Universidad de Edimburgo analiza cómo el ser humano está cambiando los ecosistemas y cómo será percibida esta transformación en la literatura del mañana. En su libro, ‘Huellas: En busca del mundo que dejaremos atrás’ (Crítica), demuestra que aún hay esperanza para cambiar el futuro.

Raquel Nogueira: Huellas: En busca del mundo que dejaremos atrás empieza con una reflexión sobre las marcas de nuestros antepasados que podemos encontrar en la literatura, pero ¿cómo representará en el futuro nuestro paso por la Tierra?

David Farrier: Cómo seremos recordados y qué historia contarán esos rastros que vamos dejando, el plástico, el carbono en la atmósfera, la combinación de hormigón, vidrio y acero que forman nuestras ciudades, los residuos nucleares… En cierto modo, será una historia de destrucción que hablará de cómo hemos puesto nuestras prioridades personales por encima del resto de los ecosistemas. Describirá lo que valoramos y lo que no. Pero es algo que estamos contando ahora mismo: la estamos escribiendo y aún hay tiempo para decidir cómo queremos que sea. Durante el proceso de escritura del libro empecé a darme cuenta de que el relato de nuestro paso por el planeta puede llegar a ser uno sobre los cuidados, sobre cómo aprender a ser mejores ancestros. En el futuro verán el daño que hemos causado, pero también ese alto en el camino, cómo hemos recortado la distancia y cambiado el curso de las cosas para prevenir que la destrucción siguiera adelante.

Ni coches voladores ni ciudades gobernadas por máquinas. El siglo XXI no se parece tanto a la idea que la ciencia ficción nos hizo imaginar. Pero, ¿quiénes se aproximaron más?

Mientras investigaba sobre cómo una ciudad se convierte en un fósil –y de ello trata un capítulo en el libro–, visité Shanghái, una de las mayores metrópolis del mundo amenazada por el aumento del nivel del mar. Está prácticamente garantizado que esta ciudad china se convierta en nuestro legado en forma de fósil para los habitantes del planeta del futuro. Para poder imaginar cómo será ese fósil futuro leí a dos autores de nuestro pasado con perspectivas completamente diferentes de cómo sería una ciudad ahora. Uno es J.G. Ballard, un escritor británico de ciencia ficción que nació y pasó su infancia en Shanghái durante la década de 1930. El otro, Italo Calvino, el gran escritor italiano, y especialmente sus Ciudades invisibles. Ballard te ofrece una sensación de ruina, de una sociedad que está fuera de control, obsesionada, y reflexiona sobre dónde nos puede llevar ese descontrol. Con Calvino, en cambio, tienes este increíble imaginario sobre cómo son las ciudades y cómo podrían llegar a ser… Su visión es un contrapeso a ese énfasis en la destrucción que encontramos en Ballard. Calvino te hace tener esperanza hacia el futuro porque crea ciudades llenas de imaginación y posibilidades.

«Las artes son la tecnología que nos dice qué significa ser humanos»

Tu libro hace un recorrido por esas huellas que estamos dejando en el planeta. ¿Necesitamos que la literatura nos abra los ojos a las consecuencias del cambio climático?

Todos sacamos el sentido de las cosas en términos que conocemos y para mí es natural pensar en los grandes desafíos en términos de historias, de narraciones. Tenemos muchísima información sobre el cambio climático: sabemos lo que hay, las personas entienden la conexión entre lo que está haciendo la humanidad y el efecto que eso tiene sobre el planeta. Nunca hay demasiada información, pero lo que necesitamos ahora son historias, en forma de literatura, de poesía, para comprender de verdad lo que el cambio climático significa. Para entender el mundo, tradicionalmente, hemos utilizado las artes, porque son la tecnología que nos dice quienes somos y qué significa ser humanos. Necesitamos eso más que nunca, porque estamos en una situación curiosa: la especie que está transformando el planeta también es la única que puede hacerlo más humano. Para entender la situación necesitamos entendernos primero a nosotros mismos.

Our latest edition: Democracy Ever After? Perspectives on Power and Representation
is out now.

It is available to read online & order straight to your door.

En el libro hablas del Plioceno como un «paleolaboratorio gracias al que se puede comprender mejor el mundo difícil y peligroso en el que viviremos si nuestro planeta continúa calentándose».

Se trata de un periodo geológico que tuvo lugar hace varios millones de años, y fue el más reciente del planeta en el que la concentración de carbono en la atmósfera estaba a los niveles actuales. Era un lugar bastante diferente, pero aún así, si echamos un vistazo al mapamundi de la época, los litorales por ejemplo eran similares a los de hoy, pero la temperatura global y el nivel del mar eran mucho mayores. Los científicos dicen que podemos observar el Plioceno como una advertencia del tipo de planeta que acabaremos teniendo si no hacemos nada. En un par de siglos, si no mitigamos el cambio climático, las cosas podrían estar así otra vez y eso, en términos históricos, está a la vuelta de la esquina.

Como escribió T.S. Eliot, «el mar tiene muchos dioses y muchas voces», pero la contaminación parece estar cambiando la sinfonía de los océanos.

En ese capítulo de Huellas en el que hago referencia a T.S. Eliot hablo sobre qué criaturas son las mejor adaptadas para vivir en un planeta humano, donde los océanos están llenos de islas de plástico, pero donde también hay concentraciones mayores de carbono y, por tanto, las aguas son más cálidas y acidificadas. Las medusas están muy bien adaptadas para sobrevivir en ese tipo de ecosistema en el que la mayoría de especies no podrían sobrevivir. Pero, si continuamos por el mismo camino, podríamos crear una situación en la que los océanos solo sean apropiados como hábitats para las medusas y cierto tipo de bacterias, y queden vacíos de la mayor parte de las formas de vida actuales. Se quedarían sin color. Y lo más alarmante es que las medusas ya están interactuando con el plástico que flota en el mar, al igual que sucede con otros animales. Las tortugas, por ejemplo, se comen las bolsas de plástico porque, cuando flotan, se parecen a una medusa.

Somos cada vez más conscientes de nuestro impacto en la Tierra. 

Ya no solo del cambio climático en sí, sino de la ciencia –los razonamientos y las explicaciones– detrás de la emergencia climática. Ya no nos limitamos a creer en él o a aceptarlo sin más: son cada vez más quienes lo entienden, conocen sus causas y consecuencias a un nivel científico. Hemos empezado a asimilar lo que tenemos que hacer para cambiar el curso de la historia, y el impacto global que han tenido las huelgas estudiantiles por el clima es muy ilustrativo. La pandemia también nos ha demostrado que es posible llevar a cabo un cambio radical de manera individual y colectiva, como sociedad, pero también como economías, para abordar un desafío común. Eso, especialmente, me da esperanza. Hemos aprendido una lección muy valiosa, a pesar de que la pandemia está siendo una tragedia espantosa en muchos niveles: somos capaces de llevar a cabo cambios radicales de forma muy rápida.

¿Seremos capaces de cambiar a tiempo?

Tenemos que serlo –y lo seremos– pero la pregunta es cuándo lo haremos. Lo más importante es recordar que nunca será demasiado tarde: no hay un momento en el que podamos rendirnos y decir que ya no hay nada por lo que luchar. Siempre merecerá la pena actuar, aunque lo esencial es hacerlo lo antes posible.

«La especie que está transformando el planeta también es la única que puede hacerlo más humano»

La larga existencia de la Tierra moldea nuestras vidas, pero ¿por qué es un desafío imaginar que presente, pasado y futuro están conectados?

Vivimos en el presente, en el carpe diem, en el próximo producto que compraremos, la próxima generación del iPhone… vivimos en ciclos electorales, o de fin de semana en fin de semana. Estamos programados para pensar en el corto plazo. Y eso nos impide ver que habitamos un planeta que es un regalo: los científicos nos han dicho cómo de improbable es que un lugar como la Tierra aparezca y que, además, tenga las condiciones perfectas para albergar vida. Y, pese a todo, aquí estamos: formamos parte de una posibilidad prácticamente imposible. El problema está en que desde que somos pequeños nos enseñan a ver el mundo solo como un recurso del que podemos coger lo que necesitamos para consumir. Un planeta en el que se pueda seguir viviendo será el regalo que les dejemos a las generaciones que siguen.

Los fósiles futuros de los que hablas en tu libro ya empiezan a coger forma. ¿Cómo reconocerlos?

Un día estaba paseando con mis alumnos por una playa en Escocia y nos encontramos una roca en la que una cuerda de pesca de plástico se había empezado a sedimentar. Se fundían en un solo objeto. A esto se le llama plastiglomerado, un nuevo tipo de roca que se produce cuando el plástico se derrite dentro de esta, y es un ejemplo de cómo la polución está creando nuevos objetos. Pero no tenemos por qué esperar a ese tipo de momento insólito para darnos cuenta de que los fósiles futuros ya están aquí: son los materiales que tenemos alrededor de nosotros. Estos materiales son abundantes y duraderos, y nos rodean a diario: ahí fuera hay tantísimo plástico, hormigón, acero, vidrio, asfalto hecho con alquitrán… y son todos estos materiales aburridos, casi banales, los que conformarán nuestro legado. Los vemos donde quiera que vayamos y animaría a cualquiera a observar y considerar el potencial de los objetos para convertirse en un fósil futuro y permanecer en el planeta durante decenas de miles de años.

Esta entrevista fue publicada originalmente por Ethic.