“Are cities richer, safer and cleaner than they have ever been, or have they become areas for consumption by the super-wealthy that increasingly tear middle and low classes apart?” – Richard Florida

En nuestra segunda lectura de The New Urban Crisis, Cosme del Olmo examina las conclusiones del trabajo reciente de Richard Florida y busca soluciones más allá de las megaciudades de la economía global.

Si las citas que preceden a una obra literaria o académica suelen insinuar al lector de una forma sutil o velada los principios que inspiraron al autor, las que encabezan The New Urban Crisis (Richard Florida, 2017, Oneworld) son una declaración de intenciones sin rodeos. Dos tótems del pensamiento social y urbano como Platón y Jane Jacobs constatan desde el inicio la idea principal de la obra: que cualquier ciudad del mundo es, de hecho, dos ciudades, una para los ricos y otra para los pobres, y reclaman el potencial de los entornos urbanos para crear oportunidades para todos, siempre que estén diseñadas por todos.

Sobre estas dos patas -los problemas de creciente desigualdad que afrontan las ciudades y las posibles soluciones hacia un urbanismo para todos- se construye el discurso de The New Urban Crisis. El tercer punto de apoyo lo constituye una metodología rigurosa, basada en el análisis minucioso y significativo, pero no por ello oscura para el lector no especialista. La avalancha de datos no solo simplifica, mide e ilustra las tesis expuestas sobre conceptos técnicos como la densidad urbana o la gentrificación, sino que se justifica también como un proceso de redención para el autor. Florida viene de muy lejos: como él mismo relata en el prólogo, este reputado urbanista venía recibiendo grandes alabanzas durante más de una década gracias a su trabajo sobre el resurgimiento de las ciudades post-industriales en lo que él llamo “el ascenso de la clase creativa”.[1] Este análisis positivo de la realidad urbana giraba alrededor de las “tres Ts”: talento, tecnología y tolerancia, que convertían a las ciudades en vibrantes lugares llenas de calidad de vida, progreso económico y éxito.

Las ciudades superestrella sufren de una crisis de éxito, que impide a sus propios habitantes seguir el ritmo del crecimiento.

En efecto, hasta la publicación de The New Urban Crisis, Florida era abanderado de un grupo de académicos que él mismo denomina de “optimistas urbanos”: aquellos que, en pocas palabras, destacan la capacidad de las ciudades para generar progreso y bienestar, y consideran que son hoy entornos más ricos, limpios y seguros de lo que nunca han sido. En contraste, los “pesimistas urbanos” conciben los núcleos urbanos como áreas de desigualdad y división de clases, capaces de crear oportunidades solo para un selecto grupo de individuos. The New Urban Crisis intenta superar esa dicotomía y busca un enfoque ecléctico. Si examinamos las dos patas vertebradoras que hemos mencionado, la primera parte-mucho más extensa-, que podemos considerar de análisis, es un reconocimiento de la existencia de problemas estructurales en el nuevo urbanismo; mientras que la segunda-reducida al último capítulo-, que podemos considerar de propuestas, es una afirmación del carácter natural de optimista urbano de Florida. Se debe mencionar que, si bien como consecuencia del origen del autor, la obra se centra fundamentalmente en las ciudades norteamericanas, en ambos bloques se pueden encontrar elementos de interés para las políticas urbanas en Europa, precisamente por la creciente globalidad de las ciudades que señala el propio autor. Y, en efecto, los fenómenos que impulsaron a Florida a esta revisión de sus inmutables conceptos franquicia provienen de ambos lados del Atlántico, aunque siempre dentro del mundo anglosajón (la elección del populista de derecha Rob Ford en su ciudad adoptiva, Toronto, el triunfo de Trump o el Brexit).

Un primer análisis de estos acontecimientos arroja, en primer lugar, un abismo entre las ciudades más demandadas y el resto de áreas. Florida recoge así el concepto ya existente de ‘ciudades superestrella’[2] y denuncia el distanciamiento de éstas con todas las demás poblaciones y regiones. A tenor de los indicadores económicos y sociales disponibles, Londres y París son los dos gigantes que disfrutan de semejante estatus a escala europea, pero el magnetismo de las grandes ciudades como lugares de peregrinación laboral e intelectual se reproduce también a escala nacional y regional, lo que lleva a un escenario que Florida describe con acierto como urbanismo “winner takes it all”, en el que las ciudades más deseadas ofrecen más oportunidades, y como consecuencia atraen más talento, generando así un mayor atractivo para completar un círculo que sumerge a las ciudades con una marca menos potente en un proceso de decadencia.

Como consecuencia inmediata de su magnetismo, las ciudades superestrella ven alterado su equilibrio y se transforman en entornos muy propensos a la segregación económica. El fenómeno de subida de los precios en el mercado inmobiliario en los espacios urbanos cercanos al núcleo que expulsa a los residentes tradicionales a zonas periféricas, conocido como gentrificación, es objeto central del análisis de Florida. Las ciudades superestrella sufren de una crisis de éxito, que impide a sus propios habitantes seguir el ritmo del crecimiento. Europa no es ajena a esta tendencia: precisamente Londres y Paris encabezan numerosos indicadores de desigualdad intraurbana.[3] En definitiva, las ciudades más prósperas y atractivas son también las que más individuos dejan atrás. Los entornos urbanos sufren un creciente encogimiento de la clase media y un serio problema de calidad de vida en los suburbios, aquejados por la pobreza y la inseguridad. La crisis urbana se agudiza en los países en desarrollo, donde se ha producido una ruptura completa de la asociación tradicional ciudades-prosperidad.

A diferencia de la parte de análisis, extensa y certera, el bloque de propuestas se presenta más irregular. Algunas críticas han considerado que el estudio de Florida es parte del problema, y no de la solución, por representar una visión elitista de las ciudades. El autor demuestra un brillante entendimiento de los problemas urbanos, pero se queda corto en su incursión en el terreno de las políticas intervencionistas que sugiere –los prometedores “7 pilares del urbanismo para todos”.[4] Más allá de realizar una llamada a los cargos locales para implementar medidas -que roza lo utópico dados los límites de su autoridad efectiva- y a los políticos nacionales para incluir la problemática urbana en sus agendas, las generalidades de The New Urban Crisis muestran buenas intenciones, pero serían merecedoras de otra obra y no sólo de un capítulo carente de propuestas concretas.

En definitiva, Florida expone con acierto a lo largo de toda su obra la triple naturaleza de la ciudad: como motor de creatividad y crecimiento, como espejo social que desnuda las desigualdades económicas al trasladarlas a una mayor magnitud y como campo de batalla político. Los entornos urbanos se están convirtiendo en un escenario de ganadores y perdedores, como las sociedades a las que dan cabida.

las opciones políticas progresistas deben apostar por un conglomerado de ciudades intermedias, lo suficientemente atractivas para el talento y la creatividad como para permitirles ser motor de crecimiento económico

Los movimientos políticos progresistas y ecologistas deben ser los actores principales en la formulación de soluciones que eviten esta polarización e impidan que se produzca un fenómeno ‘GAFA’[5] trasladado al ámbito urbano. En efecto, de forma semejante a lo que sucede en un oligopolio en el mundo de la empresa, un número muy reducido de compañías (en este caso, ciudades) copando el mercado no resulta beneficioso para los consumidores (en este caso, ciudadanos), que ven restringidas sus opciones y se ven obligados a incorporarse a los principales polos de oportunidades, lo que amplía la brecha entre las grandes capitales y el resto de las poblaciones, en detrimento de la cohesión territorial. Y así como el progresismo europeo ha enarbolado la bandera de la clase media en el terreno social, por contra no ha dado un paso adelante para hacer lo mismo en el terreno demográfico, a pesar de los beneficios sociales y ambientales que una distribución equilibrada de la población proporciona. Evidentemente, no se trata de impedir manu militari el flujo natural de personas que se desplazan hacia lugares que ofrecen más oportunidades, sino de crear las condiciones necesarias para que el talento y la prosperidad no se concentren de forma exclusiva en un número muy reducido de núcleos urbanos.

En clave europea (un área mucho más densamente poblada que Estados Unidos), las ciudades intermedias, también llamadas secundarias, podrían dar cabida a muchas de las propuestas que esboza Florida, si bien el autor no aborda esta propuesta en su obra, basada en el análisis del tejido urbano norteamericano, cuya proliferación de este tipo de núcleos es mucho menor. La definición de estas ciudades es variable y depende de las condiciones geográficas y demográficas del país de que se trate[6]. Una ciudad intermedia en Europa (como Lyon, Bilbao, Bonn, Manchester, Oporto, Florencia, Eindhoven o Malmö) podría corresponderse con una ciudad pequeña en China. Son, de cualquier forma, una gran mayoría de los núcleos urbanos: de las casi 10.000 ciudades con más de 50.000 habitantes que hay en el mundo, solo 442 tienen más de un millón de habitantes. El peso de las ciudades intermedias respecto de las grandes aglomeraciones está en descenso en las últimas décadas, según la División de Población del Departamento de Asuntos Económicos y Sociales de la ONU (DESA), que calcula que se ha pasado de 10 megaciudades en 1990 a 28 en 2014.

Esta ausencia de definición universal no permite disponer de datos fiables sobre esta categoría de ciudades básicas para el desarrollo sostenible y la equidad social, que funcionan como puente entre mundo rural y urbano y mitigan la excesiva dependencia económica de las grandes metrópolis. Su cercanía al ciudadano, su capacidad de crear un tejido social más consistente, su sencillez en términos de gobernabilidad y participación ciudadana y su aportación a la economía local han hecho que en los últimos años, los organismos internacionales hayan destacado su valor. Así, OECD, OIT, ONU-Habitat, Banco Mundial y la Alianza de Ciudades,[7] vienen reconociendo su importancia y denunciando la falta de información sobre unas ciudades que albergan a más de la mitad de la población urbana.[8] Ante el decrecimiento de la clase media en unas ciudades cada vez más segregadas, las opciones políticas progresistas deben apostar por un conglomerado de ciudades intermedias, lo suficientemente atractivas para el talento y la creatividad como para permitirles ser motor de crecimiento económico, aunque quizá sin tantos oropeles como para ser devoradas por su propia marca.

[1] Richard Florida, The Rise of the Creative Class: And How It’s Transforming Work, leisure, Community and Everyday Life (New York, Basic Books, 2002); Florida, The Rise of the Creative Class Revisited (New York, Basic Books, 2012)

[2] Joseph Gyorko, Christopher J. Mayer y Todd M. Sinai, Superstar Cities, (NBER Working Paper nº w12355, July 2006).

[3] Así se desprende de las investigaciones llevadas a cabo por LSE Cities, el centro de investigación dirigido por el Profesor Ricky Burdett en la London School of Economics. https:\\lsecities.net.

[4] Los siete pilares, según los enumera el autor, son: utilizar los agrupamientos para el beneficio común, invertir en infraestructura que favorezca la densidad y el crecimiento, construir más viviendas asequibles, convertir los trabajos de baja remuneración en empleos de clase media, afrontar la pobreza con inversiones en las personas y lugares, liderar un esfuerzo global para lograr ciudades prósperas y empoderar a las ciudades y a sus comunidades.

[5] GAFA, acrónimo para Google, Apple, Facebook y Apple, hace referencia a los cuatro gigantes de la tecnología que copan gran parte del mercado en un número creciente de sectores.

[6] UN-Habitat las define como aquellas áreas urbanas con una población entre 100.000 y 500.000 habitantes (UN-Habitat, 1996). La organización Ciudades y Gobiernos Locales Unidos considera que son ciudades intermedias aquellos núcleos urbanos con menos de un millón de habitantes.

[7] Un buen análisis del tratamiento a las ciudades secundarias y a las posiciones de estos organismos sobre ellas puede encontrarse en Brian H. ROBERTS, Managing Systems of Secondary Cities, Cities Alliance, Brussels, 2014.

[8] UN, World Urbanization Prospects, 2014.