Hace solo un par de días culminó la Conferencia sobre el Cambio Climático mantenida en Paris todavía bajo shock del atentado del 13N. La emocionante ceremonia de clausura, con la adopción por consenso del Acuerdo de Paris, que puso fin en medio de abrazos, lagrimas, ovaciones y gritos de entusiasmo, a meses y meses de negociaciones y dos semanas muy tensas finales, fue un acontecimiento conmovedor para todos los que estaban allí, pero también para los que solo pudieron seguir las imágenes por televisión. La euforia sin embargo no puede reemplazar el análisis minucioso de la resolución final de la COP21.

Las preguntas que surgen son numerosas. ¿Estamos frente a un suceso o un fracaso? ¿Se trata de una resolución con un impacto epocal, trascendental, como dicen los más optimistas? ¿O frente a una declaración más, insuficiente y sin mayores consecuencias, de las tantas que han producido las Naciones Unidas, como afirman los pesimistas? ¿O, es que se trata más bien de un desafío, un reto que solo se concretará y materializará si los gobiernos firmantes son presionados activamente por los diversos actores de la sociedad civil, únicos garantes de que el clima no será deteriorado de un modo irreversible?

Para alguien como el que esto escribe, es evidente que no se trata de un acontecimiento banal. No hay duda que el instante en que el martillo verde de Laurent Fabius, este 12 de Diciembre, cayó sobre la mesa, en la enorme sala de Le Bourget, plena de delegaciones nacionales de todos los países del planeta (194 más la Unión Europea) y de observadores provenientes de todas las latitudes del globo, decretando la adopción del texto final de la reunión de Paris, marca un momento histórico. Es más, debo reconocer que no pude evitar que delante de mis ojos desfilara una película cargada de emociones. Vi pasar imágenes de la Cumbre de Rio de 1992, de la Conferencia de África del Sur, de Buenos Aires, de Nairobi, y tantas otras conferencias, a algunas de las cuales asistí y tuve la oportunidad de participar. Entre ellas, la que más grabada me quedó, fue la Conferencia de Copenhague, quizás la experiencia más amarga de todas. La sensación de frustración y desilusión que dejó en la gran mayoría de los que estábamos allí no se olvida. Y sobre todo pasaron por mi mente las caras y los nombres de tantos militantes y activistas que, con su protesta, sus marchas, sus proclamas, sus esfuerzos por convencer gente, juntar fondos, disuadir electores, presionar ministros y gobiernos, dedicando partes de su vida para que las cosas cambien, contribuyeron a que lo que sucedió en Paris fuese posible.

¿Un fracaso o un paso hacia la dirección correcta?

Al mismo tiempo es cierto que el resultado de Paris presenta muchos puntos negativos. Los informes nacionales con las promesas de los países, en sus términos actuales, conducen derecho a un aumento de la temperatura de 3 grados. Algunos científicos incluso hablan de 3,7 grados para fin de siglo. Esto partiendo del presupuesto de que sean respetados, cosa que no está para nada garantizado. Por otro lado, no hay que engañarse, el Acuerdo no tiene nada de legalmente vinculante, no consta de controles reales y no prevé posibilidades de sancionar el país que no cumpla con las promesas. Cada país decide si cumple o no con las intenciones declaradas. Por lo demás, todo estado miembro puede optar por retirarse del club, aun cuando el Acuerdo haya entrado en vigor, (es decir que haya sido ratificado por 55 estados miembros que representan 55% de las emisiones globales de CO2 o más y ratificado por las Naciones Unidas el 22 de abril de 2016), sin que ello implique ninguna consecuencia mayor. La única dificultad que enfrenta el país que desea abandonar el club, es que debe esperar tres años. A estos aspectos negativos debe agregarse el hecho que el Acuerdo no incluye ningún esquema de imposición o de tasación de las emisiones de CO2. Tampoco toca el tema de los subsidios de más de 500 mil millones de dólares anuales de los que beneficia la industria fósil. También deja mucho que desear en términos de justicia ecológica. En resumidas cuentas, la declaración adoptada con tanta pompa, no pasa de ser eso, una declaración de buena voluntad, un catálogo de buenas intenciones. Y su transformación en políticas y en acciones depende por completo de la buena voluntad de los países que adhirieron y, por ende, de la presión que sobre los mismos ejerza la sociedad.

Luego de haber seguido de cerca las negociaciones estos últimos dos años, sin embargo, no puedo dejar de reconocer que luego de Varsovia, Lima y Bonn, el resultado de Paris es un paso importante en la dirección correcta. Ello debido a una serie de aspectos positivos. Aquí algunos:

  1. La consagración del objetivo fijado por el Acuerdo de Paris de limitar el aumento de la temperatura a un nivel “largamente inferior a los 2 grados” y convocar al mismo tiempo a los países signatarios a limitar el aumento a 1,5 grados Celsius, supera las expectativas de la mayoría de los participantes apenas unas semanas atrás.
  2. El Acuerdo reconoce de manera explícita que el cambio climático es producido por el hombre, dando de este modo un espaldarazo colectivo de los gobiernos del planeta a los trabajos del GIEC y sus científicos;
  3. A diferencia del Acuerdo de Kyoto, la resolución de Paris involucra a la totalidad de los países del planeta. Ello no solo debido a que fue aceptado por unanimidad de los 194 países (y la Unión Europea) presentes en Le Bourget, sino también porque entretanto 188 países presentaron sus planes de recorte de emisiones CO2;
  4. Reconoce formalmente y en forma explícita la “diferenciación”, o, en otros términos, las diferencias de responsabilidades existentes entre los países industrializados – principales culpables de la polución actual- y los países en vías de desarrollo y emergentes. Aunque insuficiente se trata de un reconocimiento implícito de la deuda ecológica de los países industrializados con relación a los países subdesarrollados;
  5. La promesa de movilizar por lo menos 100 mil millones de dólares anuales a partir de 2020 para hacer frente a los efectos negativos del cambio climático en los países más pobres del globo y a adaptar sus economías a las exigencias de un desarrollo sustentable, confirma la propuesta que fuera efectuada durante los COP anteriores de un modo formal, y compromete a los firmantes a su cumplimiento. Ello no altera el hecho de que se trata de una monto insuficiente y garantizado apenas hasta 2025. Al mismo tiempo no se puede ignorar que es una decisión que ayuda a dinamizar ciertos recursos como lo muestra la creación disponibilidad de potenciar el fondo para transferencia de tecnología durante estas últimas semanas;
  6. La decisión de proceder a una revisión quinquenal y recurrente de los esfuerzos para reducir las emisiones de CO2 podría ayudar a generar una presión internacional significativa para que los países cumplan sus promesas y se muestren dispuestos a adoptar políticas gradualmente más exigentes. Al mismo tiempo hay que decir que las revisiones comienzan demasiado tarde, al punto de comprometer la posibilidad de cumplir con los objetivos fijados en el Acuerdo;
  7. No podemos ignorar tampoco la influencia positiva que el Acuerdo puede llegar a tener tanto sobre los actores públicos como privados y sus políticas de inversiones, estimulando iniciativas como la campaña de “Disinvestment”. La apertura de líneas de garantías de créditos para proyectos ecologistas y como aliciente para que empresas, institutos financieros y entidades locales inviertan en tecnologías y segmentos verdes de la economía no debe ser desestimado;
  8. Por último, aunque no menos importante, la adopción del Acuerdo es una oportunidad y un desafío para la sociedad civil, con sus ONG’s, sus ciudadanos activos, sus militantes comprometidos, sus organizaciones de todo tipo. Confiere una nueva legitimad a su lucha. Solo su combate permitirá dar vida al texto adoptado. La combatividad y la fantasía de la sociedad son más importantes que jamás (incluidas iniciativas heterodoxas como los juicios contra empresas, autoridades públicas e instancias gubernamentales por su irresponsabilidad culpable en el manejo del ambiente, cada vez más populares en Holanda, Dinamarca y otros países);

De arriba a abajo vs. De abajo hacia arriba: ¿Una nueva visión de cómo lidiar con los problemas a nivel internacional?

El proceso que culminó en la adopción del Acuerdo de Paris, se destaca, además, por la adopción de una metodología opuesta a la seguida en Copenhague que puede hacer escuela: en vez de seguir un mecanismo de decisiones “up-down”, la diplomacia onusiana esta vez siguió un camino más “bottom- up”. El procedimiento consistente en involucrar desde el inicio a todos los países del planeta exigiendo de ellos un informe acerca de los esfuerzos y los objetivos que estaban dispuestos a asumir para reducir las emisiones de CO2 condujo a que los gobiernos de todos los países, se sintieran de alguna manera partícipes del proceso. A ello se agregó una intensa política de consultaciones con ONG’s, municipios, empresarios, y muchos otros “stackeholders” o partes. Ello permitió a los participantes de incidir en la formulación del texto con sus sugerencias y recomendaciones y al mismo tiempo ser testigos directos de la suerte que sus contribuciones tuvieron, sobre todo en la fase final, cuando gradualmente fueron eliminados los paréntesis con los temas aun no resueltos y adoptadas. El resultado sin duda marca un éxito de las Naciones Unidas como instancia internacional de negociación colectiva, esto en un momento en que los problemas que enfrenta son de una gravedad especial y la organización aparece particularmente débil.

Unos días después de la firma del Acuerdo, es cierto, nada ha cambiado en la realidad. La producción de CO2 no ha disminuido ni un gramo, los glaciares continúan derritiéndose como siempre, las inundaciones y las sequías continúan golpeando los países afectados, los tornados y huracanes no dejan de devastar los territorios embestidos, el nivel de los océanos seguirá aumentando, los corales desapareciendo y las capas sociales más vulnerables y pobres, continuarán más indefensas que nunca. Los bosques tropicales y originarios siguen siendo destruidos y el riesgo de que el número de refugiados ambientales continué aumentando es más actual que jamás. Y sin embargo nada es igual. Ya no son solo los científicos y los activistas de distinto origen los que exigen que se ponga un freno al cambio climático y de que se adopten medidas para salvar el planeta. Ahora es la comunidad internacional, la comunidad de todos los Estados del globo, que, reunidos en Paris, declara formalmente su intención de actuar, comprometiéndose a reducir drásticamente las emisiones de gases invernaderos. Cómo dice Greenpeace, en Paris quedó claro que las fuentes energéticas fósiles, están del lado equivocado de la historia. Las energías renovables jamás habían recibido un espaldarazo tan espectacular de parte de la comunidad internacional. Asombrosamente países con las reservas de petróleo más importantes de la tierra, tales como Arabia Saudita, los estados del Golfo, Rusia y Venezuela, terminaron dando su consentimiento al Acuerdo.

Ahora habrá que ser más vigilantes que jamás. Es evidente que el riesgo de que el Acuerdo sea desvirtuado no pueden ser dejado de lado. El peligro de que la industria nuclear intente aprovechar la ventana de oportunidad que le ofrece la necesidad de reducir drásticamente las emisiones de CO2 no puede ser ignorado. La misma precaución deberá ser adoptada en relación a la tecnología de captura y almacenamiento de CO2, que supuestamente permite continuar la explotación de carbón de manera limpia, una tecnología fantomática cuya validez está lejos de ser demostrada y que sigue siendo muy popular en los círculos ligados a la producción de carbón. El movimiento ecologista y la sociedad civil deberán mantener los ojos bien abiertos a fin de que las cláusulas del Acuerdo no sean usadas para dar luz verde a tecnologías que, si bien pueden contribuir a reducir las emisiones de CO2, tienen “efectos colaterales” tanto o más dañinos que las tecnologías que aspiramos superar.

Ya nada es igual aunque nada ha cambiado

De ahora en adelante, todo va a depender de la presión de la sociedad civil, de los ciudadanos, de los activistas, de la presión de la calle, de las iniciativas de las municipalidades locales, de los electos, de los empresarios más dinámicos, de las ONG’s.

Detener el cambio climático ha sido reconocido oficialmente como un vector crucial del humanismo del siglo XXI. Hacer que sus objetivos se conviertan en una realidad irreversible, con la urgencia requerida, es la tarea que se halla delante nuestro.