Tras el referéndum del Brexit, las predicciones pesimistas sobre Europa se han multiplicado, a medida que las divisiones sobre la migración y entre Oriente y Occidente han cobrado fuerza. Pero según la académica de Oxford Kalypso Nicolaïdis, la UE es mucho más resiliente de lo que generalmente se cree. Nos hemos sentado para discutir la situación actual de la UE y los aspectos clave para salvaguardar el futuro de Europa en un momento en el que el mundo la necesita más que nunca.

Green European Journal: Si miramos la situación actual de la Unión Europea, vemos señales de desintegración y un aumento del euroescepticismo. Para alguien que ha sido defensora de la UE, ¿cómo explica su apoyo al proyecto europeo?

Kalypso Nicolaïdis: Durante los últimos setenta años, este continente europeo tan diverso se ha organizado en torno a una unión. La Unión Europea intenta, para bien o para mal, coordinar a sus estados miembros y profundizar los lazos entre su ciudadanía y sus pueblos. Este es un proyecto que tiene todo mi apoyo y desde luego le he dedicado la mayoría mayor parte de mi vida, escribiendo y enseñando sobre él. Pero al mismo tiempo, he sido muy crítica con la UE cuando está a la altura de sus ideales. Es nuestro deber, como intelectuales y ciudadanos, ser escépticos y críticos con la EU, como lo haríamos con cualquier construcción política. Llámelo un “amor difícil”.

¿Cómo explica los signos de desintegración y qué significan para el futuro de Europa?

Hay un equilibrio muy desafiante en la UE entre lo que es necesario que se haga colectivamente y el riesgo de extralimitarse en términos de centralización. Para intentar y mantener ese equilibrio, todos los actores –Estados miembros, parlamentos nacionales, el Parlamento Europeo, la Comisión, el Tribunal Europeo- han elaborado un mecanismo que es muy resiliente, bastante más resiliente de lo que mucha gente cree. No preveo una desintegración europea. La UE continuará existiendo durante décadas, por lo menos en su función básica de gestionar un mercado común.

Pero al mismo tiempo, sigue siendo un barco frágil y se ha hecho más frágil por actores de su propia constelación. Por un lado, defensores de la soberanía, como los Orbáns de este mundo, que quieren todos los beneficios de la UE, especialmente el dinero, sin aceptar los principios básicos que sustentan todo el sistema, como el estado de derecho.

Por otra parte, también vemos tenemos a los que intentan transformar la UE en una institución más coercitiva y centralista centralizada de lo que nunca nadie imaginó. Estos grupos siempre han estado presentes desde Jean Monnet que era partidario de “Planificadores de todos los países, ¡uníos!”. Pero desde la Eurocrisis, y los Verdes han sido los más críticos, hay una tendencia a que la EU se convierta en una institución que le diga a los países lo que tienen que hacer. Algunas veces por buenas razones, porque cuando tu le dejas a alguien dinero quieres que te lo devuelva, pero muy a menudo ha sido contraproducente y ha alienado a la ciudadanía de la UE. En pocas palabras, la gestión de la Eurocrisis ha contaminado la lógica de la construcción política con la fijada tecnocráticamente, al unir ambas en una única misión de la UE.

Esta situación binaria es la mayor amenaza para el proyecto europeo. Enfrenta a unos países con otros y a los defensores de Europa contra sus detractores en un mundo en el que la supervivencia del planeta está en juego. En lugar de eso la UE debería centrarse en lo que yo llamo una integración sostenible, que reconduciría su misión de ser el guardián de Europa a largo plazo.

La cuestión de la migración conecta lo local, lo nacional, lo europeo y lo global, como hemos visto en el Mediterráneo con ciudades ofreciéndose a aceptar barcos rechazados por los gobiernos estatales, mientras que la EU miraba desde la barrera. ¿Considera que la migración puede afectar el futuro de Europa?

¿Qué hemos aprendido del increíble episodio del Aquarius que no tenía un lugar donde atracar hasta que se le ofreció el puerto de Valencia? Primero que no existe nada que podamos denominar una posición europea o española o ni siquiera valenciana porque en Valencia aunque hubo quienes dieron la bienvenida al buque, también hubo opositores. Las posiciones sobre el movimiento de personas son muy personales, sea por creencias muy profundas o sea por circunstancias concretas. Si eres un parado o tus ayudas sociales han sido suprimidas, es posible que te preguntes por qué tu ayuntamiento le dedica dinero a esas personas. No deberíamos señalar a nadie. Por otra parte, la hospitalidad es una virtud fundamental tanto de los individuos como de las sociedades en su conjunto. Kant construyó todo su pensamiento filosófico sobre el derecho cosmopolita en el principio de que cada estado o nación debe acoger a los provenientes de otras naciones como contrapartida a su autonomía.

La UE seguirá existiendo en las próximas décadas, por lo menos en su función principal de reguladora del mercado único.

En este tema, podemos intentar elaborar una manera más compleja y diferenciada de gestionar los movimientos de personas dentro y fuera de las fronteras de Europa. Un sistema que muestre y equilibre las virtudes individuales y colectivas con las circunstancias individuales y colectivas. La UE ni puede mirar desde la grada ni puede dirigir un gran sistema. Lo que es urgente es la reforma del sistema de Dublín que coloca toda la responsabilidad en los países receptores como Grecia, Italia, Malta o España ya que los refugiados deben quedarse en el país de entrada hasta que hayan sido recolocados. Este sistema está claramente roto. La deriva seguida por Alemania desde su gran acogida en 2015 a pesar de las normas establecidas a la actual crisis política es un símbolo del fracaso europeo. La Comisión y el Parlamento Europeo consideran que otros países debería tener la obligación de acoger una parte de los refugiados. Pero, ¿queremos realmente un sistema de cuotas?

¿Hay alguna alternativa a las cuotas que no signifique el cierre de puertos y fronteras?

Debe haber una alternativa a las cuotas. Por ejemplo, ¿por que no confiamos en ciudades como Valencia o Barcelona? Si confiamos en ciudades y en personas dentro de esas ciudades, tendremos una mayor “capacidad de acogida” que la que tienen actualmente los gobierno europeos. Incluso aquí en Oxford, somos una ciudad santuario, pero claro no recibimos a toda la gente que podríamos porque el gobierno nacional hace de barrera. Esto es especialmente trágico porque hay muy pocas personas que quieren venir a Gran Bretaña. Por tanto debemos preguntarnos quiénes hacen de barrera y en nombre de quién deciden quién puede entrar y quién no.

La ironía de todo esto es que Europa se enfrenta a una bomba de relojería demográfica y necesitará a millones de inmigrantes durante las próximas décadas para pagar las pensiones. Mejor acogerlos e integrarlos de forma progresiva. Y, para evitar el problema de la fuga de cerebros, debemos organizar una migración “circular”, un estatus legal que permita a los emigrantes salir del país y poder volver.

¿Qué opina sobre la emigración dentro de la UE, que ha sido una cuestión crucial en el referéndum del Brexit?

¿No es verdad que el libre movimiento de personas (en vez de “migración”) dentro de la UE ha sido lo mejor y lo peor? Lo mejor como símbolo del ideal de la UE a nivel individual: como ciudadano/a de Europa puedo moverme libremente y tener un trabajo o estudiar donde quiera con los mismo derechos que los nacidos en ese país sin, y esto es crucial, tener que adoptar su nacionalidad.

Pero para mucha gente, en Gran Bretaña y en muchas otras partes, el movimiento de personas ha sido un gran problema en una EU ampliada caracterizada por grandes diferencias de bienestar entre el noroeste y el sudeste. En Gran Bretaña especialmente, donde el crecimiento se basa en trabajos de baja productividad, el rápido incremento del número de personas recién llegadas en lugares como Boston, Lincolnshire, hizo colapsar los servicios sociales como escuelas y hospitales. Incluso si solo es un efecto temporal, esta situación cambia la vida de mucha gente. Como el movimiento Verde siempre ha defendido, si queremos hablar de la resiliencia de la UE, debemos hablar de la resiliencia de los municipios. La responsabilidad recae en los gobiernos nacionales que deben gestionar el libre movimiento distribuyendo los beneficios y planificando más escuelas y hospitales. Gran Bretaña no lo hizo. Por tanto, podemos decir que la idea de que la migración dentro de la UE estaba fuera de control era un problema británico, pero en realidad, ¿no es verdad que todos los gobiernos responden demasiado despacio? Es muy difícil construir un hospital en seis meses cuando de repente un pueblo dobla su población en ese lapso de tiempo.

Tenemos una EU que está demasiado enamorada de sus principios pero que no tiene suficiente flexibilidad al aplicarlos.

Fuera la culpa de Gran Bretaña o fuera porque el ritmo de llegada de emigrantes fue demasiado rápido para gestionarlo, hubiera estado bien que la UE reconociera que en 2004 Gran Bretaña  había sido demasiado optimista al valorar su capacidad de integrar a los recién llegados. En el período anterior al Brexit, cuando la frustración iba en aumento, ¿por qué no se le concedió a Gran Bretaña un período de emergencia de tres años para compensar su  apertura inicial? Tenemos una EU que está demasiado enamorada de sus propios principios pero que no tiene suficiente flexibilidad al aplicarlos. Los principios son construcciones mentales y no deberían ser un fin en sí mismos.  La libre circulación es el principio más maravilloso hasta que empieza a ser percibido como perjudicial para la vida de las personas. Si la UE ha de ser resiliente, necesita salvar el libre movimiento de su aplicación perfeccionista.

Hemos percibido cierto reconocimiento de este planteamiento en las instituciones de la UE. La directiva sobre los trabjadores, que permitía la competición desigual entre ellos, ha sido revisada. Pero, ¿cuál es el potencial de gobiernos anti-inmigración y euroescépticos como los de Viena o Roma sacando réditos con la migración o el futuro de Europa pero que va en una dirección preocupante?

Necesitamos equilibrar la centralización y la descentralización y asegurar la autodeterminación de los pueblos, a veces incluso de las regiones, de Europa. Sigo pensando que la UE puede seguir siendo lo que yo llamo “demoicracy”, que -resumiendo- es una unión de personas que gobiernan juntas pero no como una sola. El ideal de la UE no cruza el Rubicón de una alianza de estados a un estado federal centralizado pero se plantea una tercera vía ambiciosa. En la actualidad, Europa está muy polarizada entre una UE que puede girar hacia Macron, con una centralización aún mayor, o hacia Merkel, que demanda una mayor intervención en los presupuestos de otros países, o hacia el eje Matteo Salvini-Orbán que quiere la devolución de poderes cuando en realidad lo que necesitamos es más coordinación.

De forma general, “demoicracy” hace un llamamiento para ayudarnos de forma colectiva los unos a los otros para construir instituciones y mentalidades que tengan en cuenta los intereses de los demás. De cualquier manera, es posible que el mayor desafío sea si podemos compartir una moneda mientras resistimos los cantos de sirena de la hipercentralización….

¿Concibe vías concretas para animar a los países a trabajar de forma conjunta sin que sean obligados a ello?

Hay acuerdos institucionales que pueden ayudar a tener más en cuenta los intereses de los demás como los consejos fiscales, más coordinación entre los parlamentos nacionales, un parlamento de la Eurozona o un Consejo Europeo más transparente. Pero como he debatido con los co-autores de mi reciente libro (The Greco-German Affair in the Euro-crisis: Mutual Recognition Lost?), en última instancia estamos refiriéndonos a mentalidades y a la capacidad de nuestras sociedades para compartir los deseos y los miedos de los otros más allá de los prejuicios e ideas preconcebidas. Esto debería empezarse en las escuelas, enseñando Europa y haciendo que los niños y las niñas entiendan la historia desde el punto de vista de los otros, más allá de su pequeño país, sea Francia, España, Estonia, Grecia o Suecia. Esta debería ser una prioridad más importante que el intento de compensar una falta de mentalidad leal con Europa generando más coerción desde Bruselas. Y soy consciente de que no es nada fácil.

Algunas medidas que la Unión Europa ya toma en este sentido, como podrían ser el programa Erasmus o el apoyo a la sociedad civil, son a veces criticadas tildándolas de elitistas o de pura propaganda. ¿No hay riesgo de generar reacciones contrarias a ellas?

Bien, en primer lugar, la política es lucha, es antagonismo y siempre hay conflicto. Por tanto, mucho de lo que se necesita en Europa no puede provenir de un consenso oficial. Tiene que venir de abajo arriba. Hace poco hablé en una conferencia organizada por la Fundación Heinrich Böll en la que había cientos de militantes verdes de toda Europa que ciertamente no estaban esperando subvenciones de la UE para hacer su trabajo. Creo que el futuro se basará en una militancia transnacional, una militancia que empieza en lo local pero que conecta más allá de tus fronteras.

El mundo necesita a Europa más que nunca, pero si Europa tiene la influencia que muchos esperan, debe afrontar su pasado, especialmente  su pasado colonial.

El problema no es tanto que nos engañe la propaganda oficial, sino que tendemos a engañarnos a nosotros mismos en nuestros principios y que somos incapaces de aceptar el desacuerdo de una forma más apacible. Los otros no son tu enemigos, al menos no en Europa. Si la política trata de la gestión de los conflictos de forma provechosa, debemos ser capaces de percibir el antagonismo como rivalidad, emulación, competición y no como enfrentamiento. Por eso se debe apoyar desde los estamentos oficiales los festivales, las actividades artísticas, la educación y, por encima de todo, la traducción. A menudo decimos que la UE es una comunidad de traducción, por eso podríamos pensar que programas como Erasmus es un gran programa a mantener contra traducción errónea en nuestras sociedades. El problema es cómo se presentan estos programas, ¿como aburrida propaganda? La UE no debería herir susceptibilidades cuando interviene y desincentivar a la gente. Como usted sugiere, el apoyo a la sociedad civil debería versar sobre empoderamiento, respeto y espacio, no sobre dictarles lo que tienen que hacer.

Entre una China tajante, una Rusia agresiva y un cada vez más impredecible Donald Trump, ¿hay espacio para que la opinión de Europa se escuche en el mundo?

Hay espacio para dicha opinión y sobre todo hay necesidad de ella pero ¿somos capaces de emitirla? Estamos en un mundo que está evolucionando hacia imperios y emperadores a quienes no les importa la auténtica legitimidad democrática. Su legitimidad proviene del apoyo de mayorías que se sienten amenazadas por varios “otros” más o menos abstractos, como por ejemplo los inmigrantes, Occidente, las fuerzas de la globalización. Nosotros no podemos ser presa de este tipo de políticas.

La UE continuará siendo atractiva si mantiene sus ideales. Sí, la UE debe seguir intentando mantener un mundo más seguro combatiendo el cambio climático, evitando el Armagedón nuclear y defendiendo la justicia global. Pero muchas veces también es hipócrita exportando emisiones de carbono, promoviendo modos de desarrollo explotadores o llevando a los océanos a su destrucción (por ejemplo el Océano Índico). ¿Cómo podemos aceptar estos dobles estándares si solo con el ejemplo podremos hacer frente a los nuevos emperadores?

Esto no quiere decir que siempre necesitemos una Europa con una sola voz. La necesitamos si queremos que China respete la propiedad intelectual, pero otras veces la UE debería sacar provecho de su diversidad en el tablero mundial.

El mundo necesita a Europa más que nunca, pero si Europa tiene la influencia que muchos esperan, necesita afrontar su pasado, especialmente  su pasado colonial. Muchos países del mundo aún contemplan a Europa desde la perspectiva de su legado colonial y su tono paternalista, también en cuestiones de desarrollo. Debemos abordar este pasado para convertirnos en un auténtico poder postcolonial, capaz de trascender los errores y consecuencias de nuestras ideas pasadas para lidiar con el resto del mundo con mayor respeto.

Nuestro mayor desafío es que la UE nunca fue concebida como un actor geopolítico -se trata de coordinar el poder en el interior de sus límites, no de proyectarlo al exterior. Lo podemos llamar poder blando, inteligente o tranquilo, pero su auténtico poder sigue siendo, a pesar de la Eurocrisis, su poder de atracción. Como hemos visto con los refugiados, también es su talón de Aquiles. La lección de la actual crisis migratoria es que no puedes gestionar tus fronteras en la frontera, sino globalmente, en cualquier lugar donde puedas marcar una diferencia positiva en la vida de los seres humanos menos afortunados que tú.