Cuando se produjo la pandemia de coronavirus, España todavía tenía que hacer frente a una crisis política en curso representada por el referéndum de independencia de Cataluña de 2017. Las tensiones regionales no son nuevas en España pero en los últimos años los nacionalismos periféricos han ganado terreno en muchas de sus comunidades autónomas. Ibai de Juan Ayuso se adentra en la historia del país para preguntarse dónde se encuentran hoy sus regiones y a qué retos se enfrentan. De cara al futuro, abordar las desigualdades regionales podría ir de la mano de una transición ecológica eficaz que cree un espacio para que prosperen las múltiples identidades.

Escribe Carlos Taibo en su libro Colapso acerca de las posibles causas que pueden llevar a la reconfiguración de la sociedad en un futuro no muy lejano:

No debe dejarse en el olvido que todas las regiones del planeta podrían verse afectadas por enfermedades […] en un escenario marcado por la insuficiencia de las respuestas médicas, con consecuencias económicas y sociales muy delicadas.1

La crisis sanitaria del Covid-19 puede corresponderse con esas crisis sostenidas en el tiempo que deteriorarán paulatinamente el modo de producción, consumo y vida social tal y como lo entendemos hoy en día. ¿Cómo puede afectar esto a las regiones españolas y a las identidades que en ellas se reproducen?

Tomando como referencia las Comunidades Autónomas en las que se configura actualmente España, el análisis de las condiciones culturales, económicas y políticas dibuja una dinámica en la que la histórica tensión fluctuante entre las regiones y el Estado español se agudiza por efecto del neoliberalismo y la mercantilización de los espacios e identidades. La pandemia de Covid-19 apunta a ser un factor influyente en las dinámicas regionales ante la desaceleración del modelo territorial y el previsible aumento de las desigualdades. La situación de las regiones, en el escenario actual de crisis climática y sanitaria requiere de la búsqueda conjunta de soluciones para engranar una variedad de identidades dentro de un Estado plurinacional.

La región cultural. El pulso de la identidad en España.

Desde finales del siglo XIX, España asiste a una paradoja. Frente a territorios con una marcada identidad cultural como son Cataluña, País Vasco, Navarra o Galicia, se opone un Estado español cuya identidad nacional se conforma de los peores retales de su historia. La identidad española no se encuentra avalada por una mayoría de mitos glorificadores como puede ocurrir en Francia o Reino Unido. Dichos países han contado con un nutrido grupo de intelectuales a lo largo de la historia capaces de interpretar los hechos a fin de preservar una identidad atractiva en el imaginario colectivo. La revolución francesa pervive, pero los años de La Terreur así como los descalabros militares napoleónicos que precipitaron la vuelta a la monarquía unos años después quedan difusos en la memoria colectiva. Por otro lado, una encuesta realizada en Reino Unido en 2014 revelaba que el 59% de la población encontraba aspectos del Imperio Británico de los que sentirse orgulloso2. Persiste la idea de las buenas intenciones de un imperio proveedor de progreso allende los mares a pesar de la explotación de recursos y poblaciones que iban aparejadas a este. Sin embargo, en España, el imperialismo, los desastres militares y las dictaduras, entre otros, son por lo general las líneas de expresión identitaria, haciendo de esta una etiqueta ciertamente peyorativa.

Era inevitable que, en estas circunstancias, a finales del siglo XIX se constituyeran nacionalismos periféricos en los territorios anteriormente mencionados que, a diferencia del Estado español, sí contaban con intelectuales capaces de mirar a otras naciones europeas como Alemania no para autoflagelarse (como la generación del 983), sino para tomar ejemplo y constituir una identidad cultural distanciada de una España rezagada. Podría decirse que la existencia de la identidad española fue una de las causas indirectas del nacimiento de estos nacionalismos. El fenómeno de nacionalismos periféricos se reprodujo a su vez en el Reino Unido, en los territorios de Gales, Escocia e Irlanda. Sin embargo, la ausencia de un nivel administrativo regional y efectivo entre el Estado y las localidades como en España, favoreció las respuestas militares en detrimento de la negociación de Estatutos de Autonomía de los que ya en la década de 1930 gozaban algunas regiones españolas.

No obstante, si ahondamos un poco en el siglo XX español, encontraremos algunos elementos y personajes capaces también de influir para bien en la identidad española. Hoy en día pocos estudiantes en España saben acerca de la revolución en materia didáctica que supuso la Institución Libre de Enseñanza, los puentes diplomáticos reestablecidos entre España y América por Rafael Altamira tras el desastre del 98 o la moderna legislación en materia social durante la II República (entre las que se cuenta el derecho al aborto de la mujer aprobado en 1937)4 por alguna razón ausentes en los libros de historia de enseñanza obligatoria.

Durante la transición española, y siendo muy conscientes de la realidad de su tiempo, los padres de la constitución de 1978 buscaron una evolución sin ruptura ante la mirada expectante de Occidente. En el contexto de la década de 1970, el fin de una dictadura que contaba con la aprobación tanto de la Iglesia Católica como de Occidente, podía provocar el giro hacia el eurocomunismo por parte del gigante mediterráneo. La clave para evitar esto fue mantener la unidad nacional por medio de la institución que terminó siendo heredera del franquismo, la monarquía. El rey Juan Carlos I se situó en un punto intermedio entre el pasado franquista y el futuro demócrata instaurando una monarquía constitucional como solución paretiana a la par que cumplía con el último mandato personal de Franco: la indisoluble unidad de la Nación española5.

En el ámbito territorial, esto supuso la implantación del Estado Autonómico popularmente conocido como el “café para todos”6. España se organizó en 17 comunidades autónomas y 2 ciudades autónomas (Ceuta y Melilla) situadas al norte de África. Una división territorial que reconocía la pluralidad cultural e identitaria de cada región dentro de un Estado descentralizado. Las posiciones intermedias entre el Estado federal y unitario permitieron mantener la unidad nacional sin mucha conflictividad. Sin embargo, en este escenario, se estaba desarrollando el conflicto entre el Estado español y la banda terrorista ETA defensora del nacionalismo vasco y la independencia de Euskal Herria (región cultural que comprendería los territorios del País Vasco, Navarra y el País Vasco francés). Dicho conflicto comenzó a finales de la década de 1950 durante la dictadura de Francisco Franco y se perpetuó en los años de democracia hasta el 3 de mayo de 2018 cuando la banda anunció el fin de su ciclo histórico. El nacionalismo vasco sigue presente en la sociedad, pero por medio de la acción política sin perder de vista sus objetivos.

En el modelo autonómico, como reconoce Manuel Castells, el reparto dispar de competencias (especialmente en materia financiera) terminó evidenciando desigualdades que harían cuestionarse los valores de la Constitución Española 40 años después por parte de una generación que había nacido en democracia7. En los últimos 20 años se ha ido fraguando el conflicto entre el Estado español y Cataluña hasta alcanzar su mayor intensidad el 1 de octubre de 2017 con la celebración del referéndum de autodeterminación catalán. El debate sobre la independencia de Cataluña sigue abierto y en aparente suspenso durante la crisis sanitaria actual, pero no se descarta que, pasada esta, el conflicto se intensifique, en un panorama marcado por la crisis económica.

Parece haber una constante tensión entre regiones y Estado cuya intensidad fluctúa a lo largo de la historia. Para abarcar las principales causas de la actual tensión Estado-región analicemos las dinámicas económicas acontecidas en la etapa democrática española (desde 1978 hasta la actualidad).

La región económica. Mercantilización identitaria.

Con la entrada de iniciativas de liberalización económica y desindustrialización desde la década de 1980, se aceleró la transición que desde la década de 1960 se estaba llevando a cabo en la economía española. El desarrollo del sector terciario obtuvo prioridad frente a los sectores primario y secundario. El turismo pasó a ser el principal motor económico del país agudizando las diferencias entre las regiones costeras y las del interior, no solo a nivel económico sino también demográfico. Las oportunidades de empleo favorecieron el desplazamiento de la población a las áreas terciarizadas y grandes ciudades8 al mismo tiempo que la ordenación territorial se orientaba en función de las necesidades del mercado. En consecuencia, las regiones y en especial las ciudades turistificadas han quedado mercantilizadas. Esto ha provocado una desvirtualización de la identidad cultural de dichos espacios y el debilitamiento del tejido social a causa de procesos como la gentrificación9. Tal y como indica Zygmunt Bauman, la eliminación de los límites por parte de la globalización y la difusión del discurso individualista ha generado un mercado de identidades en el que los individuos viven en una constante sensación de indefinición cultural10. Esto puede generar dos consecuencias:

Por una parte, una mayor percepción de la desigualdad en las ciudades empuja a la población a hacerle frente atendiendo a las “identidades de las minorías”. Se trata de abordar las injusticias urbanas poniendo en relieve a la otredad que busca su legítima representación en un espacio que solo obedece a las dinámicas del mercado por el cual se ordena. Estamos hablando de mujeres (que en realidad son mayoría), ecologistas, colectivos LGBTIQ+, grupos étnicos o tribus urbanas entre otros. La ciudad termina concentrando los factores necesarios para el estallido identitario que busca repeler los continuos ataques normativos y mercantilizadores característicos de la posmodernidad.

Por otra parte, una fracción considerable de la población (que en ocasiones es la misma que en el apartado anterior) tiende a replegarse a esas regiones históricas de las que hablábamos al principio. Esos territorios cuya identidad no se encuentra completamente mercantilizada y que mantienen un discurso histórico propio. En ocasiones, esta identidad se ve reforzada en oposición a la ciudad, proliferando en el medio rural. Se observa un fuerte arraigo del nacionalismo catalán en las localidades rurales de Girona y Lleida, así como el nacionalismo vasco hunde sus raíces principalmente en el ámbito rural de Bizkaia, Gipuzkoa, el norte de Navarra y el País Vasco francés. Si los regionalismos evitan caer en la mercantilización identitaria completa, continuarán experimentando una efervescencia en respuesta a la globalización como ocurre actualmente.

En este escenario pueden llegar a surgir confrontaciones entre el Estado y las regiones que en ocasiones pueden llegar hasta reivindicaciones de independencia como en el caso de Cataluña. A escala regional hay una reafirmación de las identidades regionales al mismo tiempo que, a escala urbana, proliferan las singularidades identitarias. ¿Hasta qué punto estas hipótesis se corresponden con la realidad? Para averiguarlo será de utilidad analizar la dimensión política de las regiones mediante los resultados electorales de los últimos 5 años.

La región política. El fin de las mayorías.

En España las competencias legislativas se reparten entre 3 administraciones: Estatal, autonómico y municipal. Desde los inicios de la democracia española (1978) hasta 2015 el equilibrio de poder a nivel estatal se repartía mayoritariamente entre el Partido Popular (PP) y el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) con el apoyo eventual de los denominados partidos bisagra (partidos nacionalistas que se presentaban en sus respectivas regiones y obtenían representación en el congreso). Las consecuencias sociales de la crisis financiera de 2008 favorecieron la aparición de nuevos partidos que fragmentaron el espectro político y dificultaron la conformación de mayorías. Ello derivó en la sucesión de elecciones generales en 2015, 2016, abril de 2019 y noviembre de 2019.

Llama la atención como algunas corrientes progresistas que agrupan una multitud de colectivos y confluencias, han conformado mayorías en ciudades como Madrid (Ahora Madrid entre 2015 y 2019) o Barcelona (Barcelona en Comú desde 2015 hasta la actualidad) pero no han conseguido arraigar a nivel regional. No sería una exageración decir que estas corrientes son la materialización política de esa población habitante de las grandes ciudades mercantilizadas anteriormente descritas.

Sin embargo, en el congreso de los diputados, no solo están representadas las fuerzas regionales tradicionales como Esquerra Republicana de Catalunya o el Partido Nacionalista Vasco, sino que, en 2019, han entrado nuevas fuerzas como el Bloque Nacionalista Galego, el Partido Regionalista Cántabro o Teruel Existe entre otras. Se observa un incipiente atrincheramiento en esas identidades regionalistas, nacionalistas o independentistas a las que se hacía referencia en el apartado anterior.

Entre esos nuevos partidos destaca el ascenso de VOX (que en noviembre de 2019 obtuvo 56 escaños de 350) como formación opuesta a los partidos nacionalistas e independentistas. Su presencia en el congreso como tercera fuerza también evidencia la polarización social y la fragmentación identitaria. Una fragmentación que se divide entre los nacionalismos periféricos y la España centralizada sin autonomías más propia de un régimen que no tiene cabida en la organización democrática del país.

A nivel regional, las elecciones celebradas durante la crisis del COVID-19 en País Vasco y Galicia arrojan datos esclarecedores. En ambos territorios se observa un aumento de las fuerzas nacionalistas (Partido Nacionalista Vasco y Euskal Herria Bildu en el País Vasco y Bloque Nacionalista Galego en Galicia) ocupando las primeras o segundas posiciones en sus respectivos parlamentos. A su vez, las elecciones catalanas previstas para febrero de 2021 ante la reciente inhabilitación de Quim Torra (presidente de la Generalitat de Catalunya) por parte del Tribunal Supremo de Justicia, no parece que vayan a alterar la mayoría parlamentaria que mantienen las fuerzas independentistas de izquierda y derecha en la comunidad autónoma.

En definitiva, los resultados electorales del último lustro son solo la punta del iceberg. Debajo de estos hay unas dinámicas sociales que han evolucionado a lo largo del tiempo y que han iniciado una nueva etapa de tensión entre el Estado español y las regiones que lo conforman. Falta saber en los próximos años cuáles serán los actores de dicho conflicto, ¿una sola región o varias regiones en oposición al Estado?

Horizontes post-pandémicos. Propuestas de desarrollo para las regiones españolas.

Con la llegada del Coronavirus asistimos a un fenómeno histórico. La dimensión económica de las regiones se está viendo afectada por una disminución de los inputs externos. Esto es especialmente visible en aquellas regiones en las que el turismo tiene un mayor peso económico11. La desaceleración actual del modelo territorial evidencia el desequilibrio entre sectores económicos generado por la terciarización. Con este escenario, y proyectando la vista a medio-largo plazo, no sería sorprendente el aumento de las desigualdades a causa de la inminente crisis económica y un mayor atrincheramiento de las clases populares en las identidades regionales. Es previsible, por tanto, un aumento paulatino de la tensión entre el Estado español y los nacionalismos periféricos con desenlaces inciertos.

España se ha encontrado en el panorama de la pandemia sin haber resuelto previamente sus problemas territoriales. La coordinación entre las administraciones está siendo claramente deficitaria. En consecuencia, el país debe afrontar una triple crisis: sanitaria, económica y política. Determinar cuál de estas tiene prioridad es la tarea que tienen por delante el Estado y las autonomías. No obstante, las administraciones y las redes de apoyo social se han posicionado como las únicas garantes de mantener, o al menos reducir el deterioro de la cohesión social frente a las dinámicas del mercado. Son el ejemplo de materialización política de esas identidades multiescalares (europea, nacional, regional, urbana o incluso de barrio) como uno de los motores sociales que permiten la cooperación entre individuos sin necesidad de mantener una relación económica. Y son estas identidades, junto con la voluntad de los gobiernos democráticamente elegidos las herramientas con las que la sociedad puede hacer frente a los retos que se presentarán en los próximos años. Los mercados tienen y tendrán un papel importante pero no principal en la recuperación post-pandémica y la transición ecológica que sin demora nuestra generación debe abordar.

Esta cuestión no debería entenderse como una recuperación a los estándares previos a la pandemia sino como una evolución hacia nuevos horizontes de sostenibilidad. Pero a su vez hay que asentar las bases del consenso. Así pues, en el hipotético caso de una nación que deja de enarbolar los valores de la supervivencia del más fuerte, de la maximización del beneficio individual, puede comenzar a caminar por la senda de la cooperación entre sociedades y culturas. Los nacionalismos periféricos pueden comprometer la unidad nacional, pero también generan una fuerte cohesión social dentro de sus territorios. Depende de la voluntad de cooperación entre Estado y regiones que la heterogeneidad identitaria suponga el cisma o el factor de cohesión frente a las desigualdades territoriales. Quizás la solución en el futuro sea la reorganización de España como un conjunto de estados federales una vez que los nacionalismos adquieran fuerza suficiente para presionar en esta dirección. Puede que esta alternativa evite múltiples conflictos identitarios tan recurrentes en España.

Por otro lado, no debe perderse de vista que, en las próximas décadas, los efectos derivados del cambio climático en España pueden aumentar las desigualdades territoriales y erosionar aun más las relaciones entre el Estado y las regiones. Las sequías cada vez más prolongadas en el sur y centro peninsular, las inundaciones periódicas del levante o los mega incendios forestales, entre otros, dibujarán un escenario de deterioro ecológico, social, económico y político. Por tanto, las políticas adoptadas en materia de medio ambiente pueden paliar (o en el mejor de los casos evitar) potenciales conflictos entre regiones y Estado a una escala superior a la actual.

Debería abordarse simultáneamente la tensión Estado-regiones, así como una transición ecológica socialmente justa. Para ello, una buena base de partida podría agrupar las siguientes propuestas:

  • Reorganizar el modelo territorial aumentando el peso del sector primario. Aquellas regiones donde el sector agrario tiene un mayor peso se han visto menos afectadas en términos económicos por la crisis del Covid-19. El renacimiento de la agricultura ecológica en el interior de España permitiría reequilibrar los sectores productivos y las diferencias interior-costa.
  • Impulsar las cuatro industrias verdes (eficiencia energética, energía solar, energía eólica y transporte eléctrico) pero con una coherencia ecológica. A largo plazo, esto supone, como afirma Herman Daly12, concebir un desarrollo sin crecimiento conforme a los límites biofísicos del planeta. En España tenemos la segunda red ferroviaria de alta velocidad más extensa del mundo y se encuentra infra explotada. El abaratamiento del precio del tren eléctrico podría incentivar su demanda y amortizar la inversión a largo plazo.
  • Plantear las posibilidades para descomplejizar las redes logísticas de producción y consumo favoreciendo el comercio de proximidad y las actividades de kilómetro 0. Esto no solo tiene consecuencias para el medio ambiente sino también para la recuperación del tejido social.

Medidas como estas, que actúan sobre la producción, el transporte y el consumo, deberían ir encaminadas a revertir las desigualdades interior-costa y hacer del territorio un espacio sostenible, interconectado y equitativo. El camino hacia la sostenibilidad ecológica, pasa necesariamente por el hecho de que la sociedad comprenda que superar la crisis sanitaria y ecológica conllevará una rehumanización de las regiones y la coexistencia pacífica con sus legítimas identidades.