Asistencia sanitaria universal, economía verde, vivienda asequible y sostenible, y mucho más: para muchas personas, el Nuevo Pacto Verde suena demasiado bien para ser verdad en un momento en el que la confianza en los políticos se ha visto mermada por demasiadas promesas vacías. Aaron Vansintjan argumenta que el éxito del Nuevo Pacto Verde a nivel nacional se basa en establecer un apoyo generalizado a través de proyectos locales y en mostrar que un cambio real es posible.

Cualquiera pensaría que acabar con la desigualdad y el cambio climático de un plumazo sería una cuestión casi universalmente popular. Sin embargo, las elecciones generales del Reino Unido de 2019 apuntaron en la dirección contraria. Con el 43,6 % de los votos, el partido más popular —el Partido Conservador— se ha pasado los últimos 10 años rechazando medidas medioambientales y convirtiendo al Reino Unido en uno de los países más desiguales de la OCDE. Pese a la visión radical que ofrecía, los votantes dieron la espalda al Partido Laborista de Jeremy Corbyn, cuyo programa se centraba en la erradicación de la riqueza extrema, la creación de empleo verde, la desprivatización del transporte público, la reestructuración de la asistencia sanitaria pública y la disponibilidad de una banda ancha pública gratuita. Lo mismo puede aplicarse al Partido Verde de Inglaterra y Gales, cuyo programa se centraba en un Nuevo Pacto Verde socialmente justo.

Existen muchos otros factores que deben tenerse en cuenta, como el papel de los medios de comunicación, el artero eslogan «Get Brexit Done» (Terminemos el Brexit) de los Conservadores y el sistema de votación, pero la cuestión de por qué los electores decidieron votar a otros candidatos sigue mereciendo un atento examen.

El Nuevo Pacto Verde es un conjunto de políticas impulsado por los partidos progresistas de todo el mundo occidental que se corresponde en gran medida con el programa del Partido Laborista. Aunque el Nuevo Pacto Verde puede adoptar diferentes formas, se trata, en pocas palabras, de una gran inyección de fondos públicos en proyectos verdes y renovables, y de una infraestructura para crear puestos de trabajo y combatir el cambio climático. Los defensores de esta iniciativa, como Alexandria Ocasio-Cortez y Bernie Sanders en Estados Unidos, han utilizado el Nuevo Pacto Verde para articular una visión para un tipo de ecologismo de clase trabajadora: una promesa para que podamos vivir bien sin comprometer el futuro de nuestros hijos.

El Nuevo Pacto Verde para Europa, una campaña internacional financiada en 2019 por el movimiento Democracia para Europa (DiEM25), presenta algunos de los mismos principios para una transición justa, pero en un contexto europeo. Tras estas visiones subyace la apuesta de que, al presentarse con una oportunidad transformadora, las personas que hayan sido excluidas e invisibilizadas en la política votarán por él. Sin embargo, tal como nos muestra la apuesta fallida del Partido Laborista del Reino Unido, disponer únicamente de una visión inspiradora y deseable no basta para movilizar el voto de los electores para políticas del estilo del Nuevo Pacto Verde.

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Una política de promesas vacías

Con el caos de una pandemia global copando los canales de noticias a todas horas, resulta fácil olvidar que 2019 fue un año de masivo malestar a nivel mundial. Muchas de estas protestas iban en contra de la austeridad, y algunas otras en contra de las políticas climáticas. En Francia, los chalecos amarillos se alzaron en cada ciudad contra el impuesto al combustible establecido por el Gobierno de Macron, que formaba parte de un paquete de medidas para reducir el consumo de combustibles fósiles. En Ecuador, las protestas se erigieron contra otro impuesto al combustible impulsado por el Fondo Monetario Internacional que, al igual que en Francia, afectaría principalmente a los más pobres. Estos son tan solo dos ejemplos de una larga lista de levantamientos que, en general, tendían a estar en contra de algo: en contra de la pobreza, en contra de la exclusión del sistema político, en contra de la corrupción endémica y en contra de las élites.

Aparte del movimiento climático y ecológico a nivel mundial, no existe ninguna movilización global significativa que reclame un Nuevo Pacto Verde. Por el momento, la idea sigue limitándose principalmente a los círculos políticos. Al igual que el caso del Reino Unido, es bastante posible que la mayoría de la clase trabajadora no vote por esta idea en el momento en que se presente a la población. ¿Y por qué debería ser así? La mayoría de las personas concibe la política como promesas vacías. Al prometer tanto, el Nuevo Pacto Verde puede parecer la promesa más vacía de todas.

Hablando claro, muchas de las políticas que encontramos en el Nuevo Pacto Verde son encomiables.  Las políticas medioambientales deberían funcionar para todo el mundo. No deberían excluir a los inmigrantes ni traer una mayor austeridad. Pero esto no resulta suficiente para convertirlo en una realidad tangible para los votantes. Para la mayoría de las personas, el Nuevo Pacto Verde es demasiado utópico al prometer cosas como una asistencia sanitaria universal, una economía verde, una vivienda asequible y sostenible, una cobertura plena para el cuidado de los niños y un control democrático sobre el lugar de trabajo, aspectos que nadie ha vivido nunca y que parecen sencillamente poco realistas.

¿Cómo nosotros, que queremos hacer realidad el Nuevo Pacto Verde, podemos hacer que las personas se sientan identificadas con la idea? La cuestión es que, si queremos que llegue al corazón de la gente, deberá adecuarse más a la realidad y ser más tangible. En otras palabras, el Nuevo Pacto Verde debe ser un acontecimiento diario, algo que permita la participación de todo el mundo, en lugar de reducirse a ambiciosos programas electorales redactados por cerebritos políticos.

Es más, aunque resultaran elegidos candidatos afines al Nuevo Pacto Verde, cabe la posibilidad de que nunca pudieran implementar sus políticas. Para mantener los pies en la tierra de los políticos, necesitaremos movimientos sociales —independientes de los partidos políticos— que estén dispuestos a luchar por el Nuevo Pacto Verde y no simplemente contra la política, como de costumbre.

Actualmente, la pandemia de la COVID-19 solo se ha mantenido unos meses, pero ya ha provocado múltiples crisis: financiera, laboral, producción industrial, asistencia sanitaria y relacionales a nivel mundial. Está escalando puestos para convertirse en la «Gran Crisis», a la altura de la Gran Depresión de los años 30. Es en este momento cuando la gente realmente necesita un Nuevo Pacto Verde, al igual que el «New Deal» (Nuevo Pacto) original fue una respuesta a la propia Gran Depresión. Sin embargo, el Nuevo Pacto Verde también necesita a las personas, especialmente en este momento. ¿Cómo podemos conseguirlo?

Necesitaremos movimientos sociales —independientes de los partidos políticos— que estén dispuestos a luchar por el Nuevo Pacto Verde.

Sembrar el cambio en la ciudad

Desde principios de los años 2000, los residentes de la pequeña ciudad de Jackson, en Misisipi, han estado reuniéndose en asambleas populares organizadas por ellos mismos. Bajo el nombre de la organización popular Cooperation Jackson, la comunidad, formada principalmente por familias negras y de bajos ingresos, decide en conjunto cómo quiere hacer que su ciudad sea más justa, democrática y sostenible. Inspirado en los movimientos del Poder Negro de los años 60 y 70, este movimiento impulsa la llamada «economía cooperativa», donde todos los miembros de la comunidad poseen parte de su riqueza, en lugar de la existencia de unos pocos ricos. A lo largo de los años, Cooperation Jackson ha creado una red de viviendas cooperativas asequibles, granjas urbanas y negocios compuestos. Ahora, está invirtiendo en un taller de impresión en 3D y en una planta de producción, así como en la producción de mascarillas quirúrgicas. Cooperation Jackson ha adquirido tanta popularidad que dos candidatos a los que apoyó en las elecciones municipales de la ciudad han sido elegidos en tres comicios diferentes.

Al combatir la exclusividad de la propiedad de la tierra, el racismo y la desigualdad, y crear negocios que son propiedad de los trabajadores, el movimiento ha generado un microcosmos de aquello por lo que abogan los partidarios del Nuevo Pacto Verde. Para obtener la victoria electoral, primero han tenido que demostrar a sus vecinos en qué consiste el cambio electoral, en lugar de limitarse a hablar de él. Puede leer la historia y la filosofía de la organización en el libro Jackson Rising, escrito por líderes del movimiento.

En Barcelona, un movimiento por el derecho a la vivienda, que ocupa las casas de las personas que van a ser desahuciadas por ejecuciones hipotecarias y que toma decisiones en asambleas masivas, adquirió tal popularidad que acabó en victoria electoral en las elecciones municipales de 2015 y, nuevamente, en 2019. El movimiento, rebautizado como Barcelona en Comú, ha reconfigurado el sistema político de la ciudad para permitir que las asambleas ciudadanas que solían celebrarse en cada barrio pasaran a formar parte de la política del ayuntamiento. Acogieron a los refugiados rechazados por el Gobierno italiano. Empezaron a transformar grandes zonas de la ciudad para convertirlas en barrios no motorizados, verdes y peatonalizados. Prohibieron los alquileres ilegales de AirBnB para frenar el precio de los alquileres fuera de control. Y, puede que sea la medida más inspiradora, están asumiendo el control de las empresas privadas de agua y de energía de la ciudad en un intento por democratizar y municipalizar los servicios básicos. Han reunido las lecciones aprendidas de este movimiento social reconvertido en gobierno en un libro titulado Fearless Cities, escrito en colaboración con los movimientos sociales urbanos radicales de todo el mundo.

En Berlín, un vibrante movimiento de inquilinos militantes, en respuesta a la rápida gentrificación y al excesivo aumento de los alquileres, ha luchado por mantener el precio asequible de la vivienda en la ciudad. En 2019, lograron una gran victoria contra una coalición de promotores, propietarios y especuladores, lo que forzó al gobierno a establecer la congelación de los alquileres y a comprar edificios enteros para habilitarlos como viviendas sociales.

En las ciudades de Jackson, Barcelona y Berlín, las personas han luchado por conseguir una economía más democrática y cooperativa, por el derecho a los servicios básicos y por una ciudad que acoja a los pobres y oprimidos. Cabe destacar que, en cada uno de estos movimientos, son los propios ciudadanos los que hacen que sea realidad al presionar a los gobiernos a cumplir sus deseos si no quieren perder las próximas elecciones. Juntos, estos movimientos están a la vanguardia del denominado «municipalismo radical», un conjunto de prácticas que funcionan desde abajo para hacer que las ciudades sean más democráticas, sostenibles y justas.

Para obtener la victoria electoral, primero han tenido que demostrar a sus vecinos en qué consiste el cambio electoral.

Hacer realidad el Nuevo Pacto Verde

Todo esto puede sonar asombroso, pero difícil de reproducir. ¿Por dónde deben empezar aquellos que quieren crear este tipo de movimiento en su ciudad? ¿Cómo puede encontrar alguien a personas con ideas afines para, finalmente, desarrollarlas a tan gran escala? El reto parece aún más complejo dadas las limitaciones sociales que impone la actual pandemia.

Pero, hoy en día, está ocurriendo algo increíble. En todas las ciudades, están emergiendo redes de ayuda mutua de forma orgánica, similares a las estructuras que las personas de Jackson, Barcelona y Berlín llevan décadas desarrollando. En tiempos de crisis, las personas se unen y se ayudan entre sí, ya sea haciendo la compra a alguien, recaudando fondos para sus vecinos enfermos o cuidando de los hijos de un tercero.

Menos conocido es el hecho de que estos tipos de iniciativas de ayuda mutua no surgen de la nada. Incluso antes de una crisis, las personas las establecen a través de encuentros a diario en la calle o en el supermercado, reuniones en los vestíbulos de los edificios o simplemente ayudando a los vecinos a quitar la nieve o cocinar para un evento comunitario. Cuando golpea una crisis como la pandemia actual, estas relaciones se reactivan y forman la base de un apoyo mutuo impulsado por los ciudadanos.

Todo empieza con las sencillas cosas del día a día. Las asociaciones de inquilinos que ayudan a los residentes a unirse y presionar a sus caseros para que hagan su trabajo y mantengan el edificio pueden, en última instancia, llevar sus demandas al ayuntamiento u organizar una huelga de alquileres durante una crisis. Los jardines comunitarios ofrecen a las personas un lugar para reunirse y un sentido de abundancia y control de sus alrededores, incluso en medio de un espacio urbano. Hablar con los compañeros de trabajo es el primer paso para exigir un mejor salario y unas mejores prácticas medioambientales por parte de los jefes. Todas estas iniciativas surgen de las reuniones de las personas en casa y en el trabajo, donde se establecen relaciones y se formulan demandas que acaban llegando a las altas esferas. En tiempos de crisis, son estas relaciones las que pueden convertirse en una cuestión de supervivencia.

Desde abajo

Pero ¿cómo integrar todo esto en el Nuevo Pacto Verde? Puede parecer que nada tiene que ver la creación de infraestructuras de energías renovables de la magnitud necesaria para combatir el colapso climático con la disponibilidad del transporte público o las promesas de asistencia sanitaria gratuita que proclaman sus partidarios. Sin embargo, estos movimientos municipalistas guardan la semilla de una transformación mucho mayor.

En primer lugar, una mayor democracia es mejor para el medio ambiente y para las personas desfavorecidas. La democracia no se basa simplemente en votar cada dos años. Poner los servicios públicos en manos de la gente ayuda a acabar con la corrupción y la burocracia. Convierte la sanidad pública y el acceso a los recursos básicos en una prioridad, no en un beneficio. Más concretamente, ampliar la toma de decisiones más allá de los tecnócratas y dar a las personas la oportunidad de participar en la política más allá de la urna electoral muestra que es posible un cambio real.

Cooperation Jackson y Barcelona en Comú son dos buenos ejemplos de ello. Conforme las personas implicadas empezaban a notar el poder que realmente tenían, se sintieron lo suficientemente seguras para proponer a sus propios candidatos para las elecciones. Pero también trataron de asegurarse de que esos candidatos respondían —y no se aferraban— a las decisiones tomadas en las asambleas de vecinos, que seguían activas después de las elecciones. Votar para que un político te represente a través de un escaño es ciertamente sencillo, pero no hay nada como saber que tus propias decisiones y acciones pueden marcar la diferencia.

Este tipo de movimientos son también importantes porque están inmersos en las partes más importantes de nuestras vidas: donde vivimos y trabajamos. Si las personas pueden experimentar los beneficios de una acción colectiva —sabiendo, por ejemplo, que su alquiler no aumentará gracias a una campaña comunitaria—, es mucho más probable que acaben involucrándose.

Tomemos como ejemplos los eventos ocurridos durante el verano de 2017 en el barrio de Parkdale de Toronto. Muchos residentes de inmuebles propiedad de la misma empresa administradora fueron obligados a aceptar un gran aumento en el precio del alquiler. Cuando un pequeño grupo de inquilinos organizó una huelga de alquileres a modo de protesta, muchos otros dudaron  que funcionara. Sin embargo, cuando los huelguistas obtuvieron victorias significativas, más personas se unieron a ellos, lo que acabó forzando a los propietarios a aceptar un alquiler más bajo. Su historia de éxito ha sido narrada en el inspirador documental de 30 minutos de duración This is Parkdale! En la actualidad, gracias al trabajo de años de organización, están llevando a cabo una campaña por todo Toronto para que los residentes mantengan su alquiler durante la pandemia de la COVID-19.

Los movimientos democráticos organizados localmente no son solo cruciales para desarrollar un interés en el Nuevo Pacto Verde. También desempeñan un papel único para exigir responsabilidades a los funcionarios gubernamentales y a los representantes electos cuando dan largas al asunto y hablan de forma evasiva de «compromisos» y «pragmatismo».

La democracia no se basa simplemente en votar cada dos años. Poner los servicios públicos en manos de la gente ayuda a acabar con la corrupción y la burocracia.

Esto no quiere decir que las iniciativas locales no precisen de la ayuda del gobierno. Al contrario, muchas de ellas dependen en gran medida del gobierno nacional y de otros ámbitos del poder, ya sea para cortar la cinta roja en la inauguración de nuevas cooperativas energéticas, obtener financiación para el transporte público o negociar de forma colectiva con las grandes farmacéuticas para que reduzcan los precios de los medicamentos. A su vez, los gobiernos nacionales no pueden implementar políticas radicales basadas en el Nuevo Pacto Verde sin el apoyo decidido de ciudadanos que impulsan el cambio a nivel local.

La implementación de un Nuevo Pacto Verde a nivel nacional es necesaria para ganar tiempo en la lucha contra el cambio climático. Pero, a menos que sigan surgiendo «mini Nuevos Pactos Verdes» en cada barrio, la iniciativa carecerá del apoyo necesario para triunfar a nivel nacional.Para hacer realidad el Nuevo Pacto Verde, necesitamos alternativas existentes y tangibles para vivir y trabajar conjuntamente.

Al crear estas alternativas a escala real, podemos lograr la participación de todo el mundo. No se trata simplemente de meter un voto en la urna, donde tu voto puede parecer una simple protesta. Se trata de conocer a tus vecinos y compañeros de trabajo, y de crear pequeñas piezas de un puzle utópico todos juntos.

Para aquellos que ya creen en el Nuevo Pacto Verde, vuestra ayuda es necesaria para desarrollar y apoyar estas alternativas, en cada barrio y en cada ciudad. Sin ellas, el sueño de una economía radicalmente distinta seguirá siendo una promesa vacía, una idea atractiva en la que, a fin de cuentas, la mayoría de la gente no estará dispuesta a confiar. Nuestra tarea ahora consiste en crear esa confianza. Para ello, debemos mostrar a la gente en su vida diaria que podemos reconstruir este mundo todos juntos.

Aaron Vansintjan es doctoranado del Departamento de Cine, Medios de Comunicación y Estudios Culturales de Birkbeck, Universidad de Londres. Estudia la gentrificación en Montreal y Hanoi. También es editor de Uneven Earth, una página web sobre política medioambiental.