Aunque los movimientos feministas se caracterizan por ser transnacionales y existen numerosos ejemplos de su éxito social, la lucha por construir sociedades más inclusivas se ve cada vez más amenazada por la aparición de redes antiderechos. Para la materialización de una Europa verdaderamente feminista harán falta recursos, apoyo a los movimientos activistas y alianzas a todos los niveles.

El sueño de un futuro feminista para Europa podría hacernos imaginar un lugar en el que nadie se quede atrás. Un lugar en el que nadie sea discriminado por razones de género, raza, orientación sexual, capacidades físicas, lugar de nacimiento o nacionalidad. Un lugar en el que quienes tengan familia puedan a la vez llevar una vida laboral satisfactoria y atender sus responsabilidades como progenitores y tutores; en el que quienes deseen formar una familia dispongan de los medios necesarios para ello y quienes no quieran hacerlo no tengan que justificar el porqué. Una Europa feminista sería, ante todo, un lugar en el que no se aceptase la violencia como una manera de abordar las relaciones entre personas y entre especies. El feminismo es una forma de interpretar el mundo y de actuar, sus movimientos son los manantiales en los que brotan nuevas formas de promover alternativas.

Las amenazas a los derechos de las mujeres

Desgraciadamente, el sueño de un futuro pacífico asentado en los principios del respeto, la justicia social y la libertad se aleja cada día más. Las principales amenazas para el movimiento feminista y los derechos de las mujeres son la creciente polarización social y económica (consecuencia del capitalismo global), el auge del nacionalismo y el regreso de viejos movimientos xenófobos y de extrema derecha a la escena política.

Los movimientos nacionalistas y de extrema derecha (como la Rassemblement National (RN) en Francia de Le Pen y los Fratelli d’Italia de Meloni) han destacado por adueñarse y reapropiarse de partes del legado feminista. Han reinventado y reinterpretado estos elementos en lo que la escritora estadounidense Faludi ha denominado “feminacionalismo”, con el fin de atentar contra el feminismo progresista, los derechos reproductivos y las personas migrantes.

Así lo resumió Meloni ante una multitud de simpatizantes de Vox en 2022: “¡Sí a la familia natural, no al lobby LGTB! ¡Sí a la identidad sexual, no a la ideología de género! ¡Sí a la cultura de la vida, no al abismo de la muerte! ¡Sí a los valores universales de la Cruz, no a la violencia islamista! ¡Sí a la protección fronteriza, no a la inmigración masiva!”.

En octubre de 2022, algo más de un año después de que Meloni asumiera el cargo de primera ministra de Italia, el panorama ya había cambiado para la comunidad LGTBIQ+ italiana. En julio de 2023 un fiscal del Estado exigió que se modificaran los certificados de nacimiento de 33 niños nacidos mediante reproducción asistida de parejas lesbianas a fin de eliminar el nombre de la segunda madre. Este modus operandi consiste en instrumentalizar los discursos antigénero para contrarrestar la idea de igualdad entre seres humanos que, por ende, socava los propios cimientos de nuestras democracias.

Así, se considera que los derechos reproductivos son un ámbito en el que es posible “demostrar” e instrumentalizar lo que los conservadores quieren hacer pasar por una diferencia esencial entre las personas. Estas ideas tienen un sólido arraigo en la concepción vaticana de la diferencia entre hombres y mujeres. Tal y como señalan los investigadores Garbagnoli y Prearo, el Vaticano lleva promoviendo desde la década de 1990 una nueva interpretación esencialista de las mujeres en tanto que seres humanos: son iguales a los hombres, pero diferentes en esencia. Incluso el Papa Juan Pablo II escribió en 1995 una carta a los obispos titulada Evangelium Vitae, en la que animaba a las mujeres a promover un “nuevo feminismo” que “ratifique el verdadero genio de la mujer” (es decir, la defensa de la vida).

Redes internacionales antigénero

Durante la presidencia de Trump quedó patente la incorporación del activismo antifeminista y antigénero a un movimiento conservador más amplio a escala mundial. El ejemplo más destacado en Europa es la Cumbre Demográfica de Budapest, una red de grupos nacionalistas, nativistas y natalistas que se creó en el año 2015 y que agrupa dos veces al año a políticos, líderes religiosos y supuestos expertos. Viktor Orbán, el primer ministro húngaro, aprovechó la cumbre para subrayar “la importancia de los poderes conservadores y orientados a la familia” en Europa y para presentar a Hungría como “una incubadora de políticas conservadoras, un lugar donde se están gestando las políticas conservadoras del futuro, soluciones viables e iniciativas con visión de futuro”.

Estas redes transnacionales son muy poderosas y eficaces. Forman parte de la extrema derecha y no se adscriben únicamente a Europa, sino a todo el mundo. Tal y como recoge un informe del Parlamento Europeo, “el Centro Europeo para la Ley y la Justicia (ECLJ por sus siglas en inglés), dirigido por Grégor Puppinck, ha participado de forma activa en la defensa antigénero a nivel nacional y europeo, así como en torno al Consejo de Europa y los organismos de las Naciones Unidas en Ginebra.

El ECLJ sostiene que actúa principalmente por la defensa de la vida humana desde el momento de la concepción, contra la eutanasia, a favor del matrimonio tradicional y por el derecho a la objeción de conciencia y la libertad de creencias, así como en defensa de las personas cristianas en Europa y en todo el mundo. El informe también destaca el papel de liderazgo de Rusia en el movimiento antigénero internacional, con vínculos financieros entre entidades antigénero rusas y occidentales que abarcan desde organizaciones de la sociedad civil hasta miembros del Parlamento y ministros. La St. Andrew the First-Called Foundation, por ejemplo, una fundación creada por el oligarca ruso Vladimir Yakunin, ha auspiciado a políticos europeos como el exeurodiputado francés Aymeric Chauprade y la exvicepresidenta del Parlamento griego Maria Kollia-Tsaroucha.

Un ataque a gran escala

Además de los ataques a los derechos reproductivos, se está librando una campaña más general contra los derechos a nivel europeo. Un informe publicado en 2023 por la Fundación Jean-Jaures y la ONG Equipop resume la agenda política del movimiento antiderechos como un intento de cambiar el statu quo legal y social en una dirección que contraviene los derechos fundamentales europeos. “Los movimientos antiderechos pretenden ampliar e imponer aún más su perspectiva reaccionaria con el objetivo de dar marcha atrás en materia de derechos sexuales y reproductivos”. El informe explica que “estos movimientos también arremeten contra los derechos del colectivo LGBTQIA+ y, del mismo modo, contra el Convenio de Estambul, el instrumento jurídico más sólido para los derechos de la mujer en lo que respecta a la violencia sexual y de género y, en particular, a la violencia doméstica e intrafamiliar”.

El informe también señala que los movimientos antiderechos de todo el mundo imitan fielmente las estrategias de las organizaciones feministas, “tales como decidir una línea de actuación en respuesta al discurso feminista, obtener financiación a través de fundaciones y gobiernos, y firmar comunicados y declaraciones conjuntas”.

La influencia de estas redes y estrategias conservadoras que se oponen a los movimientos feministas (especialmente contra los que abogan por un concepto inclusivo y abierto del feminismo, a favor de los derechos de las personas transgénero y de un enfoque interseccional) afecta a quienes luchan por los derechos de las mujeres. Esta embestida está pasando factura al movimiento feminista, ya sea a través de movimientos masculinistas que coordinan ciberataques, micromovimientos que se infiltran en manifestaciones feministas para desacreditarlas (como ocurre con el Collectif Némésis en Francia) o formas más políticas y jurídicas de silenciar las voces de las mujeres como, por ejemplo, el escaso índice de juicios por violación.

A pesar de que los entornos políticos y sociales son a menudo desfavorables, la esperanza sigue abriéndose paso.

El término “embestida” es controvertido, pero creo que transmite la violencia y la fuerza de los movimientos que se oponen al avance hacia la igualdad de género, así como el impacto que esto tiene en los movimientos feministas. El desgaste mental y emocional es un problema generalizado en el mundo del activismo y al que las feministas parecen ser especialmente vulnerables, sobre todo porque los movimientos de mujeres sufren una grave falta de financiación. La mayoría dependen por completo del trabajo voluntario y quienes se involucran a título individual como activistas a menudo son víctimas de ataques violentos y amenazas, tanto en la red como fuera de ella.

Motivos para mantener la esperanza

A pesar de los entornos políticos y sociales son a menudo desfavorables, la esperanza sigue abriéndose paso. Las conmovedoras historias de superación demuestran que la postura de la sociedad ante los derechos de la mujer no sigue necesariamente las rutas marcadas por las fuerzas políticas más conservadoras de Europa.

Uno de los mayores triunfos de las últimas décadas fue el referéndum sobre el aborto que se celebró en Irlanda en el año 2018. Casi el 70% de los votos fueron a favor de la legalización, todo un logro para un país profundamente católico que había prohibido cualquier forma de aborto en ocasiones anteriores. De hecho, el resultado evidencia una división generacional y es que, según una encuesta de Ipsos MRBI, el 87% de los jóvenes de 18 a 24 años y el 83% de los de 25 a 34 años votaron a favor de legalizar el aborto, mientras que el 60% de los mayores de 65 años votaron en contra. Es posible que esto indique una evolución social más amplia en lo que respecta a los roles de género y los derechos reproductivos.

La contundencia de la movilización feminista contra la prohibición del aborto en Polonia es otro ejemplo notable. En 2016, más de 100 000 mujeres se echaron a la calle en las denominadas “Protestas Negras”. El movimiento creció hasta convertirse en la Huelga de Mujeres de 2020, cuando el gobierno de este país propuso sacar adelante la legislación sobre el aborto más restrictiva de la historia de Europa. La repercusión de las protestas alcanzó al Parlamento más tarde y el partido conservador Ley y Justicia (PiS por sus siglas en polaco) perdió la mayoría en octubre de 2023. La Huelga de Mujeres describió estas acciones en su comunicado de prensa posterior a las elecciones como “las protestas de mayor envergadura desde la caída del comunismo en Polonia; 100 días (de protestas) en más de 600 ciudades. Esta vez fue la generación joven la que salió a la calle, ya que una de cada tres personas de entre 18 y 29 años participó en las protestas”. Que mujeres y jóvenes acudieran a votar fue determinante: la participación de las mujeres alcanzó un récord del 73,2% (un 12% más que en las elecciones anteriores) y la participación joven se situó en el 68,8% (más de un 22% más que en las elecciones anteriores).

Los avances que se producen en un país incentivan los movimientos feministas allende las fronteras.

En el seno de los gobiernos también ha surgido un cambio positivo. En el panorama político europeo actual, España es el país que sube el listón en materia de derechos de la mujer, invirtiendo en la lucha contra la violencia de género desde 2017. Leyes que incluyen la introducción de bajas por menstruación para las mujeres, la gratuidad de los productos relacionados con el periodo menstrual y la educación sexual obligatoria en las escuelas, cambios en torno al consentimiento con la ley “solo sí es sí” en el 2022 (que establece que el consentimiento ha de ser expreso y que cualquier actividad sexual no consentida es violación), y leyes que amplían el aborto y los derechos de las personas transgénero.

La movilización de la sociedad y la selección española de fútbol femenino a raíz de que una de las jugadoras fuera besada a la fuerza en la boca durante la celebración de su victoria en el Mundial de ese verano demuestra que estas leyes han alterado los términos del debate, aunque los esfuerzos por ignorar estos cambios hayan sido tenaces.

Los avances que se producen en un país incentivan los movimientos feministas allende las fronteras. Los movimientos feministas son transnacionales por naturaleza y se empoderan mutuamente. La solidaridad internacional ha motivado diversas protestas en todo el mundo como, por ejemplo, las Protestas Negras polacas a partir de 2016, los movimientos de mujeres iraníes y el movimiento argentino contra la violencia de género Ni Una Menos, que comenzó en el año 2015 y desde entonces se ha extendido a países como España e Italia.

Los movimientos feministas se han apropriado de herramientas para denunciar la injusticia y alzar la voz a través de las fronteras: desde las versiones del #MeToo en distintos países y la difusión mundial de la canción chilena conocida como “El violador eres tú” hasta los collages feministas de denuncia de los feminicidios que afloran en ciudades de todo el mundo.

Los espacios para cooperar en red y participar en estos movimientos abundan en Europa. Entre los años 2007 y 2012, ocho redes feministas diferentes organizaron el Foro Feminista Europeo (EFF), un espacio de diálogo en Internet. Hoy en día existen muchas oportunidades para el intercambio y el trabajo en común, desde festivales feministas como City of Women en Eslovenia, Femi Festival en Dinamarca, Fem Fest en los Países Bajos y WeToo en Francia, hasta organizaciones más políticas como los foros feministas de los grupos progresistas del Parlamento de la UE y los planes para la creación de un Foro Feminista Europeo.

Ya que los movimientos feministas se mantienen gracias al tiempo que sus integrantes dedican de forma voluntaria y a una financiación limitada, la tarea de movilizar los recursos necesarios para desarrollar unas redes transnacionales sólidas y duraderas sigue siendo muy difícil, sobre todo cuando el trabajo a nivel local y nacional abruma a activistas y organizaciones hasta el límite de sus posibilidades.

Un movimiento feminista sin fronteras debería ser capaz de desarrollar, promover y defender una postura feminista en todos los ámbitos prioritarios de la UE.

Quienes trabajan en pos de la creación de una Europa feminista, del cambio social y de la formación de nuevos caminos no deberían tener que enfrentarse en solitario a los movimientos nacionalistas y de extrema derecha, tan eficaces y bien financiados. Los movimientos feministas conforman un espacio de apoyo y creación y, a menudo, de alegría y libertad. Para conseguir un cambio social profundo no sólo necesitarán financiación, sino también un apoyo firme y alianzas dentro de los partidos políticos a escala local, nacional y europea.

Un movimiento feminista sin fronteras debería ser capaz de desarrollar, promover y defender una postura feminista en todos los ámbitos prioritarios de la UE: desde el Pacto Verde Europeo hasta el Pilar Europeo de Derechos Sociales, desde la política energética y de vivienda hasta la innovación y la ciencia, apoyando (en todo momento) a las personas más vulnerables frente a la pobreza y la discriminación. La celebración de un Foro Feminista Europeo como un espacio para la organización transnacional y para el análisis y las propuestas sobre los ámbitos políticos de la UE podría ser el primer paso.

El documental francés We Are Coming (2022) acompaña a un grupo de mujeres jóvenes en su recorrido hacia el feminismo y la puesta en práctica de sus principios. Muestra algunos de los puntos fuertes que los movimientos feministas pueden aprovechar en un momento en el que el interés por el feminismo se ha revitalizado. En la Europa feminista con la que soñamos, aprovecharíamos estas energías y les concederíamos el espacio necesario para transformar nuestras sociedades mediante una mayor amplitud de miras, experimentación, respeto y libertad, para así poder hacer frente a las fuerzas antiliberales que atacan los cimientos de nuestros derechos y democracias.