Las cuestiones de feminismo y género son el foco de atención de un resurgente debate público; hasta el punto de estar siendo asumidas por la derecha neoliberal y radicalmente rebatidas por la extrema derecha. Presentamos aquí una entrevista sobre la historia de este debate con la socióloga polaca Elzbieta Korolczuk, autora de “Políticas Antigénero en el Momento Populista”.

Krystyna Boczkowska: ¿Qué quiere decir cuando habla de “género” y “estudios de género”?

Elzbieta Korolczuk: La categoría de “género” nos permite ver que nuestro cuerpo y nuestra biología no definen plenamente nuestras vidas. Los Estudios de Género muestran que la masculinidad o la feminidad se conforman y negocian socialmente. Una cosa era ser una mujer en tiempos de mi abuela, por ejemplo, y otra bien distinta es ser una mujer hoy en día. Una cosa es ser una mujer o un hombre en Polonia y otra cosa es serlo en Irán, tal como estamos viendo con las protestas que se están produciendo allí. En otras palabras, las ideas de lo que deben hacer las mujeres, cómo se deben sentir y presentar son muy diferentes y cambiantes a lo largo del tiempo. Tal como razona la filósofa Judith Butler, ser una mujer o un hombre se conforma por la repetición de ciertos gestos, comportamientos y reacciones emocionales. Tal como Simone de Beauvoir lo resume, una persona llega a hacerse mujer en vez de serlo simplemente por haber nacido como tal. El género no es una categoría binaria, sino una lineal: una persona puede sentirse una mujer, pero también puede ser una persona no binaria, puede ser una persona trans o queer.

Desde la década de 1990, el concepto de género y la idea de que este se conforma socialmente han sido refutados por el Vaticano y otros movimientos religiosos, pero el concepto en sí mismo no formaba parte de la lucha política.

El ala derecha emplea el término “género” primordialmente para promover temores morales sobre cuestiones relacionadas con la sexualidad, la reproducción y la identidad de género. La derecha define el “generismo” como una ideología peligrosa que contribuye a la sexualización de los menores, a la desintegración de las familias (heterosexuales, naturalmente), a la promulgación de legislaciones que privilegien a las mujeres a costa de los hombres, etc. La palabra “género” ha pasado a ser sinónima de decadencia moral, corrupción y locura de las izquierdas. En Polonia la “ideología de género” se describe como una locura procedente de occidente y que representa las exigencias de grupos supuestamente elitistas de feministas y personas LGBT. Género, sexualidad y reproducción han pasado a ser un campo de batalla política.

¿Por qué el feminismo liberal fue brutalmente atacado por el movimiento global contrario al “género”, a pesar de las décadas de logros en materia de derecho al aborto, educación sexual, matrimonio homosexual y tratados internacionales sobre la violencia de género?

Fue un proceso largo. Una gran parte del relato en torno al feminismo y sus supuestos peligros se ha tomado de las guerras culturales norteamericanas. Los alegatos de que el feminismo es malo para las mujeres porque las priva del gozo de la maternidad y de que al no engendrar prole propia las personas homosexuales tienen que buscar criaturas a las que sexualizar ya fueron propagados por activistas conservadores norteamericanos como Phyllis Schafly y Anita Bryant allá por los años 70.

El segundo momento de gran importancia fue en la década de los 90 cuando tanto organizaciones como mujeres de la política cabildearon con éxito en la esfera política dando origen a conferencias de la ONU en México y Beijing. En aquellos tiempos, había instrumentos jurídicos que reconocían la discriminación contra las mujeres y las niñas. En segundo lugar, nuestras ideas acerca de lo que es el género son fuente de discriminación contra las mujeres tanto en la vida profesional como en la privada. Y en tercer lugar, los derechos de las mujeres son derechos humanos y como tales deben ser protegidos por los Estados y los organismos internacionales. 

Este fue el momento en que el Vaticano se sintió amenazado como institución no solo religiosa sino también política. A fin de cuentas, el Vaticano es un actor político que tiene carácter de observador en la ONU, y que bloquea activamente todas las actividades de igualdad, en especial las relacionadas con los derechos de reproducción y minorías. La Iglesia Católica entendió que su posición como intermediadora en las esferas de género, sexualidad y reproducción estaba siendo socavada. Por ello, empezó a propagar el infundio de que el género es una terrible amenaza y que las mujeres deben protegerse contra él. 

El hecho de que la guerra contra el “género” estallara definitivamente en la segunda década del siglo XXI se debe a varios factores. Hoy en día, la tendencia hacia la culturización de la política, que se remonta a las décadas de los 70 y 80 del siglo pasado en Estados Unidos, es muy claramente visible, también en Europa. Es una situación en la que las divisiones políticas y el apoyo para ciertos partidos  se forman en gran medida en relación con los puntos de vista del pueblo sobre asuntos relativos a familia, aborto, sexualidad, etc. En la década de 1970 todavía era posible ser republicano y apoyar el derecho al aborto. A día de hoy, esto ya no sucede, tal como describen Pipa Norris y Ronald Inglehart en el libro Cultural Backlash (Contraataque Cultural). El eje de las divisiones políticas está cambiando; mientras que en el pasado los votantes discutían a propósito de cuestiones económicas o políticas, hoy en día el principal criterio para la división lo forman las opiniones sobre familia, sexualidad, globalización y apoyo a valores tales como el individualismo frente a la comunidad.

¿Sostiene usted que la fricción en torno al género no es un tópico substitutorio sino una lucha por el futuro de la economía?

En nuestra opinión, las controversias concernientes a sexualidad, familia o a la definición de identidad de género se están convirtiendo en la principal fuente de divisiones políticas y el principal ámbito en el que se están negociando las políticas de base. Esto es claramente visible en el caso de la generación más joven que construye su identificación política sobre la base de puntos de vista sobre sexualidad e identidad de género. Y lo que es más, los conflictos en torno a la política económica o social se están abordando en esta área. La cuestión de género es esencial para negociar soluciones políticas relativas a política social, redistribución, cuidados y trabajo. Se necesita una perspectiva de género en materia de vivienda, transporte y planificación urbanística – todas ellas áreas de gran importancia para la sociedad.

El gran problema, especialmente para los liberales, es que la derecha comprende que el género ha pasado a ser una cuestión clave en el debate político. Además, en países tales como Polonia y Hungría la derecha hace promesas para mejorar el bienestar de las mujeres, las familias y los vástagos y no encuentra contrapropuesta alguna suficientemente fuerte. El momento populista que surgió en el contexto de los efectos a largo plazo de la crisis económica de 2008, a falta de una izquierda fuerte, todavía persiste y me preocupa mucho la forma en que está desarrollándose esta tendencia.

La Europa Oriental y Rusia desempeñan un papel muy significativo en la lucha por el nuevo orden mundial. Desde la caída del muro de Berlín los países del Este repentinamente aparecieron como vanguardias del conservadurismo y quizás como salvadores de Occidente en la retórica de los antigeneristas. ¿De dónde nos llegó esta inesperada mutación?

El cambio no es tan inesperado si tenemos en cuenta la política de las emociones. Países tales como Polonia han mantenido siempre una actitud ambigua hacia Occidente. Por una parte, nos sentimos parte de Occidente pero, por la otra, nos sentimos molestos por la acusación de atraso y por el hecho de que teníamos muchísimo terreno que recuperar en lo económico. Pienso que apelar a nuestro papel como líderes del mundo conservador provoca una mezcla de orgullo y vergüenza que es característica de los países que comparten una categoría de segunda en la Europa moderna. Aprovechándose de estas emociones los antigeneristas aducen que del mismo modo que Polonia salvó a Europa del Imperio Otomano durante el reinado de Juan III Sobieski, salvará a Occidente de la decadencia y, naturalmente, de la supuesta invasión islámica por migrantes de países musulmanes. 

Holms y Krastev se han referido a esta desilusión generalizada con Occidente en su libro The Light that Failed [publicado en español como La luz que se apaga]. Señalan que en las raíces de la desilusión de los europeos orientales con la democracia liberal se halla la creencia de que Occidente constantemente los desprecia, que todavía tienen que demostrar que son merecedores de entrar en los salones de Europa. Y no es solo cuestión de emociones. Holmes y Krastev se olvidan de la economía, pero el periodo de transformación –especialmente para las personas mayores y religiosas de las pequeñas poblaciones– no fue un momento de cambios a mejor en sentido socioeconómico, sino que más bien lo fue para la marginación. No es de extrañar que estas personas, decepcionadas con el periodo de transformación y todavía despreciadas, deseen llegar a ser vencedores morales.

El especial papel de salvador de Occidente, al menos hasta el estallido de la guerra en Ucrania en 2022, se atribuyó a Rusia. En el caso de Rusia está claro que estamos hablando de una combinación de influencias financieras, políticas e ideológicas. El país brinda un fuerte apoyo a los movimientos antigénero en Europa, tal como Klementyna Sukhanov escribe en This is War [Esto es la Guerra]. El conservadurismo ultra es una especie de blando poder ruso que Putin despliega para desestabilizar otros países y que usó, al menos hasta hace poco, para establecer alianzas internacionales.

¿Por qué es tan importante para las feministas comprender que su tesis de que la oposición al “género” como concepto y práctica políticos ha pasado a ser un elemento importante de la resistencia conservadora al neoliberalismo?

Sin comprender que los antigeneristas responden a necesidades, emociones, temores y esperanzas, todos ellos reales, no podremos encontrar una respuesta adecuada a esta pregunta. No deja de ser simplista la situación en la que explicamos a las personas lo que es el género y les decimos que no están suficientemente formadas y que deben aprender para que puedan comprender. Y no da resultado. Tenemos que comprender qué clase de experiencias y emociones hace que las personas crean la versión conservadora del relato acerca del mundo y asuman que este es su relato.

También merece la pena observar que hay un cierto paralelismo entre lo que dice el feminismo de izquierdas y lo que dicen los de derechas, es decir, que tenemos un problema con el individualismo extremo, que tenemos un problema con la desaparición de las comunidades locales y que tenemos un problema con los cuidados.

El neoliberalismo no lo forman solamente los principios económicos del libre mercado, sino que incluye también un cierto régimen emocional que economiza las relaciones sociales y excluye a las personas que, por diversas razones, no se pueden encontrar a sí mismas transitando la senda que lleva al éxito. Las personas sienten muy claramente la presión del individualismo extremo, temen que nadie les va a ayudar en un momento de crisis y ven que el apoyar a otros y preocuparse no se valora en nada. Esta tendencia afecta en gran medida a las mujeres que hacen la mayor parte del trabajo de cuidados y tienen que gestionar sus emociones y las de otras personas.

De acuerdo con el relato de los antigeneristas vivimos en un mundo de consumismo, individualismo extremo, persecución enfermiza del beneficio y avaricia de las compañías globales, pero las fuentes del mal son el liberalismo, el feminismo y el generismo. Una fuente del mal es, por ejemplo, el feminismo que supuestamente empujó a las mujeres a abandonar el hogar y les dijo que no debían ser madres; o la homosexualidad que ha hecho que las personas renuncien a los valores de la familia y solo persigan el hedonismo y el consumo. Así pues, nos estamos ocupando de un diagnóstico, en gran medida acertado, del hecho de que algo está mal en nuestra vida colectiva pero al mismo tiempo la responsabilidad de ello se atribuye a grupos que tuvieron una influencia más bien insignificante en este estado de las cosas. Los actores antigénero y los de derechas prometen que todos los problemas desaparecerán si volvemos a los valores de la familia, a que las mujeres sean madres de nuevo y que las personas vuelvan a la religión.

¿Qué es el “marco anticolonial” que permite a los antigeneristas combinar perfectamente el ultraconservadurismo con la crítica del neoliberalismo?

El marco anticolonial funciona de una forma ligeramente diferente en diferentes contextos geográficos. En Rusia, Polonia y países poscomunistas esta es una forma de exponer el relato de la transformación política en la década de 1990 como si se tratara de un proceso de colonización cultural. El relato cuenta que feministas y gays son sencillamente elites respaldadas por Occidente y que colonizan a todos los demás. Los refugiados también forman parte de este relato: el marco anticolonial se combina en Polonia con un discurso abiertamente islamófobo y antirrefugiados. Las derechas están promoviendo el relato que presenta a feministas, gays e ideólogos de género como enemigos de la nación polaca deseosos de destruir las comunidades locales de manera que la UE pueda traer aquí a “hordas de refugiados” y convertirnos en una colonia desde un punto de vista cultural y económico.

En países como Alemania, Suecia o Francia esta retórica difiere ligeramente. Allí, las derechas emplean ciertos elementos del discurso feminista o de igualdad y los dispone de tal manera que los grupos minoritarios puedan ser atacados. Siguiendo la pauta de Jasbir Puar y Sara Farris denominamos esta retórica como “homonacionalista” y “feminacionalista”. En Alemania, por ejemplo, las derechas promueven el relato de que si “dejamos entrar a los inmigrantes, estos violarán a nuestra mujeres y matarán a nuestros gays”. Esta es una visión de una Europa Occidental desarrollada y democrática que ahora está sometida al ataque de hordas de refugiados, bárbaros que son culturalmente diferentes y peligrosos. En primer lugar se exageran las posibles diferencias culturales entre “nosotros” y “ellos” y, en segundo lugar se retrata como homogéneos a ambos grupos. Las derechas dicen básicamente “debemos defender contra los bárbaros a nuestra democracia igualitaria.” De esta manera, la extrema derecha se las da de defensora de las mujeres y las minorías.

Dentro de esta ideología subyace la teoría conspirativa de un “Gran Reemplazo”, tan popular en los círculos neofascistas a ambos lados del Atlántico. ¿Cuáles son los principios en que se basa esta teoría? 

La teoría del Gran Reemplazo es importante porque tanto en Francia como en Estados Unidos es muy popular en los círculos de extrema derecha. Afirma que debemos tener cuidado al respecto de la reproducción biológica de los occidentales blancos porque pronto seremos reemplazados por personas representantes de otras razas y otras culturas que se ven como “menos desarrolladas” e inferiores. En este proceso, las mujeres pasan a ser un recurso esencial porque son las mujeres quienes supuestamente han de reproducir la raza blanca tanto biológica como culturalmente y, por lo tanto, cualquiera que apoye su emancipación (incluyendo el concederles el control de su fertilidad) socava el gran futuro del pueblo blanco.

Usted ha descrito las protestas polacas como feminismo popular. ¿Qué quiere decir?

El feminismo popular moviliza a las mujeres, independientemente de sus experiencias, en un acto de desobediencia política que reclama influencia y participación en la democracia. El feminismo liberal, por otra parte, pide a las mujeres que aspiren al éxito individual. Las mujeres que se echaron a las calles en Polonia de 2016 a 2017 o en 2020 dijeron a los que ocupaban el poder: “ustedes son las elites crueles que nos privan de nuestro derecho a la vida, la felicidad y la autodeterminación y nosotras somos las ciudadanas que han de tener derecho a voz e influencia en esta democracia”. Representaban a las “mujeres normales y corrientes” lo que no solo invalida la pretensión populista de representar al pueblo sino que también se desvincula de la idea de una elite feminista dentro del feminismo liberal. Es un feminismo inclusivo de base fundamentado en la solidaridad radical. 

La emergencia del feminismo popular no significa el final del feminismo liberal y es probable que estas corrientes lleguen a coexistir. Sin embargo, está claro que la joven generación rechaza el feminismo como un proyecto de éxito individual que no requiere un cambio en las reglas del juego. El feminismo populista reclama un nuevo contrato social que permita participar en democracia no solo a los hombres. La forma en que esto se traslada a las políticas de partido es más difícil de calibrar.

Usted sostiene en su libro que la cuestión de género no se puede pasar por alto hoy en día cuando se piensa seriamente en la democracia y la política tanto en las izquierdas como en la nueva derecha populista.

Esto son buenas y malas noticias a la vez. Las buenas noticias son que finalmente hablamos del género y que cada vez hay más personas que caen en la cuenta de que el género determina nuestras posibilidades en el mercado laboral, en la vida cotidiana, y lo que significa ser una mujer o una persona no binaria en un país como Polonia.

Del mismo modo que cambian los puntos de vista de la sociedad también lo ha de hacer la política y esto es otra ventaja para la integración del género. Donald Tusk, por ejemplo, que durante muchos años evitó la inclusión de asuntos de igualdad de género en su programa, ahora apoya los derechos de reproducción porque ha podido observar que el 95 por ciento de su electorado está a favor de legalizar el aborto. Ha de adoptar una postura incluso aunque él mismo no la entienda o que prefiriera evitarla.

Las malas noticias son que estas cuestiones se usan en gran medida para profundizar la polarización. Temas tales como el aborto y la identidad de género, aunque también los diagnósticos prenatales o la fertilización in vitro (FIV) son cuestiones potencialmente divisivas y los políticos se aprovechan de ello. Se trata de una tendencia muy peligrosa y la experiencia de polarización en Estados Unidos durante los últimos 30 años lo ilustra muy bien.

Hoy en día hemos de dar respuesta no solo a la interrogante de cómo hablar y convencer a la gente con la que estamos en desacuerdo. No con los políticos, sino con nuestros vecinos, familiares o colegas. No convenceremos a todos pero hemos de ser capaces de vivir juntos en un país. ¿Somos capaces de evitar las formas extremas de polarización en los debates sobre el aborto, por ejemplo? ¿Cómo dar principio a tal conversación? En Polonia tal vez podría ser una conversación acerca de cómo salvar de la muerte a las mujeres en el caso de un embarazo deseado pero que después resultara de riesgo. La actual legislación sobre el aborto en Polonia significa que las mujeres en tal situación corren el peligro de morir y aun así se las obliga a dar a luz incluso en casos en que se sabe que el neonato morirá inmediatamente después del alumbramiento. Pienso que la mayoría de las personas que, por ejemplo, respaldan la prohibición del aborto por motivos religiosos son personas que tienen conciencia. Mucho me gustaría que fuéramos capaces de iniciar tal debate con personas con las que estamos en desacuerdo y que encontráramos un terreno común. No sucumbir a las dinámicas de polarización es una tarea extremadamente difícil y seguirá siendo un problema aun en el caso de que el PIS sea apartado del poder. 

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