De los marcapasos que desempeñan funciones viatales, a teléfonos inteligentes que hacen el trabajo que antes hacían nuestros ojos, oídos, y mentes, la humanidad cada vez es más dependiente de la tecnología. El Transhumanismo, un movimiento inspirado en las posibilidades que ofrece el desarollo de la inteligencia artificial y la biogenética, sostiene que esto es algo intrínsicamente bueno.  Superar los límites de nuestros cuerpos y mentes, incluso de la vida, es algo que debemos aceptar . En esta segunda entrega de nuestra serie sobre la Cuarta Revolución Industrial, Carmen Madorrán Ayerra analiza el surgimiento del transhumanismo, cuestionando si esta visión utópica es creíble en un contexto de crisis social y ecológica.

El concepto de transhumanismo se trata de una pluralidad de relatos sobre la posibilidad de ir más allá de lo humano haciendo uso de la ciencia y la tecnología, con una vocación práctica que permita considerarlo como una suerte de movimiento. Asimismo, no tendríamos dificultades en hallar el parecido más razonable entre el transhumanismo y las utopías modernas, caracterizadas por la formulación de una crítica de lo existente que se contrapone con la descripción de una futurible alternativa deseable.

A la vista de esto, cabe entender el transhumanismo como una utopía tecnocientífica, al tratarse de una cosmovisión que parte del descontento con algunos elementos del presente, y que se entrega a la búsqueda de los medios científicos y técnicos más apropiados para llevarla a cabo. Como ha estipulado Antonio Diéguez, algunos autores han llegado a considerarlo como la “cosmovisión propia de la época postmoderna”. Además, siguiendo la demarcación sugerida por Tower Sargent entre utopías literarias y prácticas, el transhumanismo formaría parte de las segundas, entendidas como el compendio de actividades destinadas a transformar efectivamente la realidad. [1]

Para que nos hagamos una idea del elenco de promesas que hace el transhumanismo, sirven como ejemplo las siguientes: el aumento de las capacidades físicas o intelectuales sin esfuerzo, la eliminación de enfermedades genéticas o la posibilidad de un tratamiento con fármacos y vacunas personalizados. Junto a esto, se concibe la idea de que “el primer ser humano que vivirá mil años está ya vivo”. En la línea de Diéguez, resulta importante destacar el magnetismo de las promesas del transhumanismo, ya que “hacía tiempo que ninguna doctrina mostraba un entusiasmo semejante por cambiar la realidad […]”. [2]

Un poco de historia

El término “transhumanismo” apareció por primera vez en 1927 en Religión sin revelación, un libro de Julian Huxley, hermano del escritor Aldous Huxley, donde aparecía la referencia de que la humanidad podría trascenderse a sí misma. 

El primer texto que se refiere al transhumanismo científico tal y como lo conocemos hoy proviene de 1983, cuando Natasha Vita-More publica el “Manifiesto Transhumano”, que con modificaciones posteriores toma la forma de “Declaración Transhumanista”. Especialmente a partir de la década de los noventa, las ideas transhumanistas han ido ganando peso y extendiéndose tanto en el ámbito académico como en el empresarial, a lo que han contribuido varias publicaciones entre las que destaca ¿Es usted transhumano? Una monitorización y simulación de su índice personal de crecimiento en un mundo rápidamente cambiante, de Fereidoun M. Esfandiary. 

En lo que respecta a la organización institucional, Max More y Tom Morrow pusieron en marcha en 1992 el Extropy Institute, la primera institución creada para divulgar el proyecto humanista. La organización transhumanista de mayor relevancia internacional es la Humanity+, un think tank de educadores, emprendedores e innovadores que busca, en sus propias palabras, “que la gente esté bien”. 

Transhumanismo cibernético

Las maquinas se encuentran al centro de muchas visiones transhumanístas del futuro. Entre los precursores de la Inteligencia Artificial podemos destacar a Alan Turing, quien al final de la década de 1940 fue el primero en diseñar un programa de ordenador capaz de jugar al ajedrez. En un artículo de 1950, defendía que los ordenadores podían tener algunos comportamientos inteligentes y sugería un test (el afamado test de Turing) para determinar si un ordenador exhibía o no inteligencia. 

Siguiendo una distinción que introdujo el filósofo John Serle en 1980, podemos distinguir entre Inteligencia Artificial débil e Inteligencia Artificial fuerte. Para Searle, la IA fuerte implicaría que un ordenador programado no imite a una mente, sino que es una mente, mientras que la IA débil consistiría en programar a los ordenadores para llevar a cabo tareas especializadas. El objetivo de Searle es demostrar que la IA fuerte es sencillamente imposible. Asimismo, otra demarcación útil al respecto es aquella entre inteligencia de tipo general, asociada a la inteligencia humana, e inteligencia especializada: mientras que se ha demostrado que los ordenadores pueden programarse con inteligencia específica, está por comprobar si podrán hacer uso de una inteligencia de tipo general.

Algunos autores consideran que ya vivimos en un mundo lleno de prótesis de distintos tipos que suponen en la práctica una complementariedad ser humano-máquina

Una disciplina que ha corrido pareja al desarrollo de la IA ha sido la robótica, que cuenta con una serie de aspectos directamente conectados con la IA, como es el caso de los robots autónomos. Dos de los autores más relevantes en la materia, Marvin Minsky y Moravec, compartieron la idea de que pudiésemos sustituir nuestros cerebros por máquinas, para convertirnos en ordenadores y vivir sin el incómodo límite de la temporalidad. 

Quien hoy más defiende la tesis de la IA fuerte es Raymond Kurzweil, difusor del paradigma de la Singularidad. En su trabajo más representativo, La Singularidad está cerca. Cuando los humanos trascendamos la biología, Kurzweil define la Singularidad como “una etapa futura en la que el ritmo del cambio tecnológico será tan rápido, y su impacto tan profundo, que la vida humana se transformará irreversiblemente”.[3]

Para Kurzweil la mejor manera de evitar la desaparición de la especia humana ante la llegada de la superinteligencia artificial es la integración con las máquinas. En sus propias palabras, “las máquinas futuras serán humanas, incluso aunque no sean biológicas”. A pesar de los grandes avances en el ámbito de la IA débil, este proyecto de crear una inteligencia artificial general no parece ser una posibilidad real en las próximas décadas. Asimismo, la propuesta del advenimiento de la Singularidad ha generado reacciones para todos los gustos. 

Quizá los ciborg sean la imagen más inmediata del transhumanismo. Algunos autores consideran que ya vivimos en un mundo lleno de prótesis de distintos tipos que suponen en la práctica una complementariedad ser humano-máquina, por lo que no tenemos que transportarnos únicamente a escenarios futuros o de ciencia ficción. Podemos distinguir así entre prótesis médicas mecánicas, prótesis tecnológicas externas y las denominadas prótesis inteligentes. Las que más nos interesan son las últimas, por tratarse de prótesis complejas en las que siempre ha de mediar interacción con el propio cuerpo, y que están orientadas a mejorar la calidad de vida de los seres humanos.

Transhumanismo biomédico

Ocupan un lugar central la ingeniería genética y la biología sintética. Pese a la diferencia de metas y métodos, el objetivo final es común: se trata de buscar el mejoramiento de la especie humana a través de la modificación de la naturaleza, facilitada por los desarrollos de la ciencia y la tecnología. Un punto de partida común, al común de los planteamientos, es que ahora disponemos del “dominio sobre la vida, la posibilidad de rediseño e incluso la recreación de acuerdo a nuestros deseos, intereses y necesidades”.

Respecto a los antecedentes de la moderna biología sintética conviene tener presente la relevancia que adquirió el utopismo biológico, especialmente a partir de la segunda mitad del siglo XIX. Un ejemplo paradigmático en este sentido lo hallamos en William Winwood Reade, quien se mostraba convencido de que en el futuro los seres humanos podrían alterar sus cuerpos, llegando incluso a eliminar las enfermedades y la muerte. Las expectativas otorgadas a la biología eran altas, lo que se puede observar perfectamente en la idea expresada por Bernal en Historia social de la ciencia: “los cuerpos se dejarán atrás”. 

Una característica central de la biología sintética es su interdisciplinariedad, que además cuenta con un proyecto muy ambicioso: el aumento de las capacidades humanas (físicas y mentales) así como alargar la vida y la calidad de la misma.  

El paradigma que encontramos en las expectativas de futuro cercano de algunos autores es el de la medicina de mejoramiento, considerada el futuro de la medicina, y que incluye tanto la mejora química o farmacológica como la mejora genética. Sin duda, los avances son mayores en el campo de la mejora química: es el caso del Prozac, el Ritalin o el Provigil. Ahora bien, el paso que supondría la manipulación genética sería enorme pues permitiría convertir en permanentes estas mejoras. Aunque lo anterior pueda sonar a ciencia-ficción, no hay que perder de vista que en los últimos años los avances en materia de ingeniería genética están siendo espectaculares. 

Mejoramiento humano: preparando la antropofuga

Albert Camus nunca pensó que su descripción del ser humano como “la única criatura que rechaza ser lo que es” fuese cierta en el sentido más literal. La sugerencia del transhumanismo tecnocientífico es la de emplear la totalidad de técnicas disponibles hoy, más allá de la educación o las leyes, y entre cuyas posibilidades se vislumbran las que ofrece la biomedicina y también la cibernética.

Una cuestión sobre la que convendría tener un amplio debate social es qué consideramos que es una mejora. Habitualmente, entre los defensores del transhumanismo, esto se da por hecho. Ahora bien, ¿cuál sería el límite para estos cambios? Una de las respuestas más polémicas diría que el límite de la alteración humana dependerá en cada caso, del individuo en cuestión. Otra opción pasaría por trazar una línea divisoria entre el tipo de mejoras terapéuticas del resto. En todo caso, resulta evidente que esta cuestión del mejoramiento abre una discusión imprescindible que atañe a debates sobre la libertad, la autonomía o la desigualdad. 

resulta evidente que esta cuestión del mejoramiento abre una discusión imprescindible que atañe a debates sobre la libertad, la autonomía o la desigualdad

En último lugar, y no por ello menos importante, otro ámbito en el que los defensores del transhumanismo consideran imprescindible superar las limitaciones humanas es el espacio moral. La urgencia en resolver algunos problemas que ponen en peligro a la especie -como la crisis ecológica- se aducen como elementos a tener en cuenta para no escatimar en esfuerzos, recursos e investigación, y he aquí donde nos encontramos con el problema de la indeterminación del bien moral. 

Algunos autores como Noah Harari sostienen que si gracias a las innovaciones tecnocientíficas hay una opción de mejora en cualquier sentido, tenemos la obligación moral de hacerlo. El objetivo es lograr una hipérbole de lo humano; en definitiva, la búsqueda de superhumanos. Esta búsqueda ha sido caracterizada por Jorge Riechmann como la “antropofuga”, que tomaría forma en diferentes propuestas de escapismo entre las que cabe destacar: el intento de huida de la naturaleza humana, los planes de fuga del planeta Tierra o el intento de huida de los límites biofísicos del planeta. [4]

¿Qué implicaciones tiene un modelo como el que plantea el transhumanismo tecnocientífico en un momento como el presente?

El transhumanismo en el Siglo de la Gran Prueba

Son numerosos los problemas de fondo que pueden plantearse en un escenario de crisis ecológico-social global como el presente. En primer lugar, el problema de acceso y soberanía es uno de los argumentos más extendidos, ya que es razonable pensar que el tipo de mejores contribuiría a separar todavía más a los enriquecidos de los empobrecidos. Asimismo, ante la imposibilidad práctica de un reparto global de las nuevas capacidades, no es de extrañar que surgiera la posibilidad de que los individuos mejorados fuesen los encargados de la toma de decisiones. 

Por su parte, tanto el problema de irreversibilidad de los cambios como el de la imprevisibilidad de las consecuencias nos llaman a la prudencia como actitud imprescindible en estas lides. Nuestro nivel de responsabilidad debería aumentar en el contexto de un mundo en el que las consecuencias de nuestras acciones tienen una capacidad de impacto y alcance mucho mayor que en toda la historia humana anterior. Además, el llamamiento del principio de precaución se ve amplificado ante la posibilidad de generar cambios irreversibles. Como ha señalado Riechmann en este sentido: “no cabe “desinventar” la bomba de hidrógeno o la manipulación genética”.

el transhumanismo es una utopía que solo puede materializarse como distopía

Finalmente, el problema de oportunidad hace referencia a que, cuando más urgentemente necesitamos afrontar en toda su crudeza los enormes problemas ecológicos y sociales que nos aquejan, el paradigma del transhumanismo hace un flaco favor a ese objetivo. Aunque no sea necesariamente su intención, esta utopía tecnófila contribuye a amplificar el autoengaño colectivo de que los principales problemas se solucionarán gracias a las innovaciones tecnocientíficas. 

Otro elemento a considerar sería la cuestión de los recursos. La mayoría de autores da por hecho el mantenimiento en los próximos decenios de niveles similares de complejidad permitidas por el uso de la energía, pero sabemos que esta no es una senda que vaya a continuar mucho tiempo, lo que tornaría inviables muchas de las propuestas del transhumanismo, entendido como el “único proyecto de salvación laica […]” tal y como ha señalado Diéguez. 

Desde un paradigma ecosocial, el reto que plantea el siglo de la Gran Prueba no es otro que el de situar nuestros sistemas sociales y económicos dentro de los límites ecológicos del planeta, para lo que resulta imprescindible reducir el peso de dichos sistemas sobre la biosfera. Por tanto, podemos decir que en este momento crucial se abren dos caminos que representan opciones irreconciliables. Por un lado, la propuesta de fuga de lo humano y de los límites, conocido como “proyecto productivista de extralimitación” o “proyecto de autotrascendencia tecnológica”; y, por el otro, la aceptación de esas limitaciones con las modificaciones que ello conlleva, conocido como “proyecto ecologista de autocontención” en palabras de Riechmann. 

Por tanto, parece  ésta y no otra la división relevante. A la luz de lo expuesto, no parece arbitrario situar a los partidarios del transhumanismo en el proyecto de extralimitación y situar cualquier perspectiva ecosocial alineada con el proyecto de autocontención. Como ha argumentado Riechmann en más de una ocasión, el transhumanismo es una utopía que solo puede materializarse como distopía porque en una situación de extralimitación ecológica como la presente: i) la persecución de la sociedad industrial high-tech acabaría por dar puntilla a la Tierra; y porque, además ii) la ruptura de la unidad biológica de la especie humana conduciría a un mundo de desigualdades y dominaciones fijadas biológicamente. 

Así, frente al transhumanismo como intento de superación de lo humano, podríamos contraponer el “humanismo del ser humano defectuoso” tal y como lo ha definido Riechmann, acompañado por prudencia y valentía y comprometido con una sostenibilidad y justicia social que abracen los límites del planeta en el que habitamos, y también los de la propia condición humana. 

 1. Tower Sargent. Utopianism. A very short introduction. 2010. Oxford: Oxford University Press.

 2. Diéguez, Antonio Javier, 2017. Transhumanismo. La búsqueda tecnológica del mejoramiento humano. Barcelona: Herder.

3.  Raymond Kurzweil. The Singularity is Near. When Humans Transcend Biology. 2005. New York: Penguin.

4.  Riechmann, Jorge. 2004. Gente que no quiere viajar a Marte. Madrid: Los Libros de la Catarata. See also El principio de precaución en medio ambiente y salud pública: de las definiciones a la práctica (2002), Gente que no quiere viajar a Marte (2004), La habitación de Pascal (2009), El siglo de la Gran Prueba (2013), ¿Derrotó el smartphone al movimiento ecologista? (2016).