En España, la instalación de grandes centrales de energías renovables genera contrastes. Por un lado, poblaciones locales preocupadas por la transformación de sus tierras. Por otro, un clima que no puede esperar. Las películas ‘Alcarras’ y ‘As Bestas’ llevaron a la gran pantalla estas divisiones que corren el riesgo de socavar la transición energética.

La España rural, una población que se ve mermada por momentos, y las posibilidades de subsistir en el campo que menguan hasta expulsar a sus jóvenes y encaminarlos hacia las ciudades. En paralelo, el auge de los proyectos fotovoltaicos y eólicos que ven en ese abandono progresivo de la tierra una oportunidad para aprovechar el sol y el viento en pleno boom renovable.

‘Alcarràs’, una película española ganadora del Oso de Oro en el Festival de Berlín y elegida en septiembre como candidata para representar a España en los Oscars -si bien finalmente quedó fuera de las nominaciones en la categoría de Mejor Película Internacional-,  cuenta la historia de una familia que vive de la agricultura en un pueblo catalán. Las tierras donde desde hace décadas los protagonistas cultivan diferentes frutas les fueron cedidas por sus vecinos para agradecer su solidaridad durante la Guerra Civil española. Ahora, cuando los contratos ya no se basan en favores sino que precisan tinta y papel, y mientras aparecen nuevas formas de explotar ese terreno, los vecinos exigen recuperar sus hectáreas para generar energía fotovoltaica.

El caso particular -ficcionado- que muestra la cinta, de la directora catalana Carla Simón, es el reflejo de un fenómeno que atraviesa el país de punta a punta: la transición energética que se anunció como justa va sumando detractores según se impone en localidades que se resisten.

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El lema “sin dejar a nadie atrás” ha sido eclipsado por otro que gana recorrido: “Renovables sí pero no así”. Esta consigna ha cogido fuerza en los últimos años entre poblaciones que se oponen a macroproyectos renovables por todo el territorio estatal: desde la eólica marina en Málaga a la expansión de huertos solares en la Comunidad Valenciana, o a los molinos proyectados por el litoral cantábrico o en la Cataluña de interior.

El debate ha traspasado el nicho del movimiento ecologista y las resistencias locales para llegar a la opinión pública gracias especialmente a dos éxitos taquilleros: la película ‘Alcarràs’, ya mencionada, y la de ‘As bestas’, que plasma asimismo las disputas territoriales que motiva el despliegue de renovables -en concreto, de energía eólica- en la España rural. Rodrigo Sorogoyen, director de esta segunda cinta, lanzó su propia versión del eslogan “pero no así” en el discurso que pronunció tras hacerse con un Goya, el galardón más prestigioso de cine español.

“Energía eólica sí, pero no así”, zanjó el cineasta tras incidir en el caso concreto de varios parques eólicos que se prevén levantar sobre Sabucedo (Pontevedra, en el noroeste peninsular) y que, de llevarse a cabo, supondrán un perjuicio para los caballos salvajes que aún habitan este singular entorno natural gallego, advirtió Sorogoyen.

La crítica atribuye parte del éxito de ‘As bestas’ en los Goya -frente a ‘Alcarràs’, que de 11 nominaciones se fue de vacío- a la capacidad de este primer filme de devolver espectadores a las salas de cine (fenómeno que, en una industria que compite con cada vez más plataformas de streaming, encantó a la academia). ‘As bestas’, en cines desde el pasado noviembre, lleva recaudados más de 4,6 millones de euros. La cifra -aún muy por debajo de las que el cine español fue capaz de reunir en tiempos previos a las plataformas- supera el buen resultado en taquilla de ‘Alcarràs’, que desde su estreno en abril ha logrado recabar cerca de 2,3 millones.

‘As bestas’ narra la historia de una pareja de franceses que practican la agricultura ecológica en una aldea de Galicia. Los extranjeros se ven inmersos en un conflicto con los residentes locales decididos a vender conjuntamente sus terrenos a una empresa noruega que busca instalar aerogeneradores sobre sus montes.

Los franceses, que se niegan a firmar -algo que bloquea el negocio para los gallegos-, avivan así una tensa relación de acoso por parte de sus vecinos, atravesada por otros asuntos como la xenofobia, la legitimidad para formar parte de decisiones colectivas en el lugar que uno habita pero donde no ha nacido, o la idealización del mundo rural frente a los agravios de una población que se siente ninguneada (cuando no rechazada) por las élites urbanas.

Ambas películas -’Alcarrás’ y ‘As bestas’- ilustran esta sensación de pérdida de calidad de vida en el campo, de condiciones económicas que se endurecen con unos costes de producción agraria que crecen hasta situarse por encima de los precios de venta, fruto de un sistema alimentario que castiga a los productores y premia a las grandes superficies comerciales.

Así, en ‘Alcarràs’ vemos a un padre agricultor que, lejos de animar a su hijo mayor a seguir sus pasos -pese al deseo de éste de dedicarse a los cultivos-, insiste en que estudie, posiblemente para encontrar mejores oportunidades laborales en la ciudad.

En ‘As bestas’, la idea de construir un proyecto de vida en la naturaleza de los franceses y devolver vitalidad al pueblo contrasta con las fantasías de los lugareños, que lo único que quieren en ese punto es huir del hastío en la envejecida y despoblada aldea gallega y comprar un taxi para conducirlo en Orense.

De fondo, planea en ambos largometrajes la cuestión de la desigualdad territorial asentada en España mediante su modelo centralista, en el que las tierras a veces llamadas “sacrificadas” -sea para la producción agrícola, ganadera o energética- se encuentran fuera de las ciudades pero satisfacen, especialmente aunque no sólo, las necesidades de esos núcleos urbanos.

Planea en ambos largometrajes la cuestión de la desigualdad territorial asentada en España mediante su modelo centralista, en el que las tierras a veces llamadas “sacrificadas” se encuentran fuera de las ciudades pero satisfacen las necesidades de esos núcleos urbanos.

El debate se ha calentado tanto que las organizaciones ecologistas en España, que llevan décadas pidiendo una transición a fuentes renovables para descarbonizar el sector eléctrico, están revisando sus posturas. Algunas de las más grandes oenegés españolas dedicadas a la conservación tratan de encontrar ahora el equilibrio entre avanzar lo suficientemente rápido en la transición energética para hacer frente al cambio climático y reconocer los motivos de resistencia de las luchas locales contra macroproyectos renovables, además de prevenir sus impactos en la biodiversidad.

Varias decisiones políticas en este ámbito han ensanchado la brecha que ha fracturado al movimiento ecologista. La más reciente, la flexibilización de la evaluación de impacto ambiental previa a la instalación de parques eólicos o fotovoltaicos para acelerar el cambio a energías limpias que el Gobierno de España plasmó en un Real Decreto, que ha recibido no pocas críticas desde incluso sus socios en el ejecutivo.

“Somos conscientes de que hay un retraso en las tramitaciones y que debe resolverse, pero eliminar la evaluación ambiental no beneficiará a las renovables, sino que puede ser incluso perjudicial, al dar vía libre a proyectos que generen más rechazo afectando con ello al conjunto del sector”, recalca el diputado de Unidas Podemos Juantxo López de Uralde.

En un manifiesto, la Alianza Energía y Territorio (Aliente), un colectivo estatal que apoya los movimientos contra macroproyectos renovables, critica “el desarrollo masivo, sobredimensionado y sin planificar de instalaciones renovables a gran escala bajo un paradigma centralizado, en ausencia de políticas efectivas de ahorro y eficiencia de la energía” que, según defienden en un manifiesto, “está suponiendo, entre otros impactos, un grave riesgo para la conservación de la biodiversidad en nuestro territorio, la más rica y singular de toda Europa Occidental”.

Dentro del movimiento ecologista, algunas de las voces con creciente proyección pública y seguidores entre los activistas de Extinction Rebellion, como el físico Antonio Turiel, abanderan con vehemencia un discurso que rechaza la instalación renovable a gran escala. Turiel, en concreto, va más allá y alega que, además de los problemas socioambientales que generan los macroparques eólicos o fotovoltaicos, “no hay mercado para más electricidad”. “De ahí el gran parón de la implantación renovable en la década pasada, no solo en España, sino en toda Europa. Hasta que no ha comenzado la nueva fiebre renovable al calor de los fondos Next Generation EU, ya no cabía ni un kilovatio/hora más”, escribe Turiel en una tribuna en CTXT.

Al otro lado -si bien en el movimiento son reacios a admitir que hay división y a favorecer la creación de bandos-, figuras como Pedro Fresco (destituido en parte por discrepancias en torno a esta cuestión de su puesto como Director general de Transición Ecológica en la Comunidad Valenciana), Héctor Tejero o Xan López advierten sobre el “retardismo climático” que puede impulsar esta postura contraria a las renovables.

En un artículo en eldiario.es, Xan López distinguía “negacionismo” de “retardismo” climático,  y matizaba que este último “es más complejo, más intuitivo, puede estar cargado de buenas razones y mejores intenciones en las que podemos vernos reflejados”.

“En el debate sobre el retardismo se encuentran dos fuerzas de signo contrario”, escribe López. “Por una parte, la urgencia y la ferocidad del cambio climático, la necesidad de transformar y adaptar nuestras sociedades a gran velocidad para evitar efectos dramáticos, potencialmente catastróficos. Por otra parte, la realidad incómoda de que una transición veloz ocurrirá en buena medida en una sociedad muy parecida a la que conocemos. Una sociedad con sus injusticias, desigualdades, agravios y desconfianzas. Una sociedad imperfecta con una historia compleja. La fuerza del retardismo, condensado en el eslogan “renovables sí, pero no así”, es que en él se pueden unir esas dos fuerzas contrarias, simplificando un debate casi imposible en una petición aparentemente simple: “sí, el primer problema es grave; no, no pienso pasar por alto todas las cuestiones que me definen, aunque eso implique retrasar cualquier tipo de transición energética”.”

Encontramos la realidad incómoda de que una transición veloz ocurrirá en buena medida en una sociedad muy parecida a la que conocemos. Una sociedad con sus injusticias, desigualdades, agravios y desconfianzas.

Los que defienden el despliegue masivo renovable para rebajar las emisiones de gases invernadero que calientan el planeta y comprometen el futuro insisten en aclarar que “teniendo en cuenta que la fotovoltaica a 2030 apenas requerirá un 0.3-0.5% de la superficie agricultura útil (por comparar, un 10% de la superficie agrícola está abandonada), que se pueden usar terrenos baldíos, que existen usos combinados como la agrovoltaica, se puede afirmar que más allá de casos concretos escandalosos no existe una amenaza ni una competición global real entre renovables y agricultura”, apunta Héctor Tejero, coautor de ‘¿Qué hacer en caso de incendio? Manifiesto por el Green New Deal’, en una tribuna en El País.

Sin embargo, reconocen la tarea de la transición ecológica de “corregir las desigualdades territoriales” que se dan no solo en el ámbito de la energía sino también en el de la producción alimentaria, por ejemplo. También mantienen que hay que “reformar el mercado eléctrico,  democratizar su estructura y promover una mayor participación pública y ciudadana en la producción y distribución de electricidad”, defiende Tejero.

“Pero -prosigue-, como vamos tarde, no hay margen para frenar la instalación de renovables hasta conseguirlo. Lo tenemos que hacer a la vez. Negarse a asumir esta incómoda realidad es taparse los ojos ante la emergencia de la crisis climática”, sentencia.

En este debate, que al menos en tribunas y en redes sociales parecen dominar las referencias masculinas, se posicionan a veces mujeres como Paz Serra, del partido ecologista Equo, que subrayan la necesidad de abordar esta conversación de manera honesta y sin rencillas identitarias.

Pese a estar de acuerdo con que las instalaciones de generación renovable tengan que pasar evaluaciones de impacto ambiental, Serra alerta del “peligro” tras el lema “Renovables sí pero no así”, ya que “parte de la falacia de que solo tienen impacto ambiental los parques solares o eólicos”, alega Serra desde su cuenta de Twitter.

“Para satisfacer la demanda de electricidad de nuestra sociedad, hace falta contar primero con todos los tejados donde sea viable y eficiente instalar paneles solares. Pero no es suficiente”, agrega en un hilo que concluye con una petición:  “Ojalá un debate sincero, pausado e informado sobre hasta dónde estamos dispuestas, como sociedad, a reducir nuestra demanda de electricidad. Lo demás es populismo energético”.